Enciclopedia de la historia y la cultura del pueblo judío, E. D. Z. Nativ Ediciones, Jerusalén 1999.

Fiesta del comienzo del año hebreo. De acuerdo a la Torá (Shmot l2:2), el primer mes del
año era Nisán. En la Mishná (Rosh Hashaná 1:1) se determinó, en cambio que el año
comience en Tishré, y que R.Sh. sea el primer día de ese mes, y puede caer sólo en lunes,
martes, jueves o Shabat. R.Sh. se festeja dos días desde la época del Templo por la posible
demora de los testigos que confirmaban el «nacimiento» de la luna al hacer el Kidush Ha-
Jódesh (santificación del mes). De aquí que este segundo día festivo no es llamado lom tov
shení shel galuiot (Segundo día festivo de la diáspora); los dos días de R.Sh. son
considerados como ioma arijta – un día largo, que se prolonga por 48 horas y que constituye
para muchos asuntos una sola unidad.
El rito central de R.Sh. es el toque del shofar (cuerno de carnero), y debido a que no está
claro cómo debe ser el sonido denominado truá, se toca el sonido tkiá con los sonidos
shvarim y truá, unidos y por separado, con el objeto de estar seguros de que se cumple con
la mitzvá (precepto) de Ia Torá. La dificultad en definir estos sonidos por escrito hizo que a lo
largo de las generaciones y en diversas comunidades se produjeran cambios en su
ejecución. No se toca eI shofar si R.Sh. resulta en Shabat.

Reflexiones ante Rosh Hashaná 5776 – 2015/2016

Egon Friedler, desde Montevideo

Esta noche celebramos Rosh Hashaná, el inicio del nuevo Año Judío. Esta fiesta tiene un
profundo significado en la tradición judía. Señala con alegría y regocijo la iniciación de un
nuevo año, y al mismo tiempo marca un momento de balance espiritual, de revisión crítica de
nuestra conducta, de confrontación del hombre y la mujer judíos con su propia conciencia.
Rosh Hashaná también suele denominarse Iom Hazikarón, el día del recuerdo, pues en este
día recordamos cómo fue nuestra conducta hacia nuestros semejantes en el año
transcurrido.
Rosh Hashaná es un día de reconocimiento de las propias faltas y del compromiso íntimo,
individual, a cambiar de conducta. Este concepto de la responsabilidad ética individual es lo
que ha diferenciado a los judíos de los demás pueblos en la Antigüedad y constituye un
aporte decisivo de nuestro pueblo a la civilización. En el contexto del libre pensamiento judío,
el año nuevo es un momento de balance espiritual, de análisis introspectivo, de reexamen de
nuestra conducta en relación a nuestros seres queridos y a nuestros semejantes. Rosh
Hashaná constituye al mismo tiempo una confrontación del ser judío consigo mismo y una
afirmación de la identidad y la responsabilidad colectivas.
Durante siglos Rosh Hashaná ha sido una celebración religiosa y para muchísimos judíos
sigue siendo un día de confrontación del hombre con Dios. Para nosotros es un día de
autoanálisis, de introspección, de penitencia ante el tribunal de nuestra propia razón.
Rosh Hashaná es un desafío a nosotros mismos. Queremos ser mejores de lo que somos,
más íntegros, más justos, más solidarios con los demás. Pero no podemos autoengañarnos:
sabemos que debemos hacer frente a nuestras imperfecciones y nuestras limitaciones como
seres humanos.
Nuestro crecimiento espiritual depende de la capacidad que tengamos para superar nuestros
defectos. En Rosh Hashaná tiene particular vigencia el antiguo proverbio judío: Im ein aní li,

mí li, veim lo ajshav eimatai: ¿Si no velo por mí mismo, quién lo hará? ¿Si no es ahora,
cuándo ?
Somos en última instancia responsables por nuestros actos. No podemos permitirnos la
autocompasión ni la autoindulgencia. No podemos renunciar a las responsabilidades
inherentes a la vida. Vivir significa aceptar el desafío que nos presenta un mundo imperfecto
y considerar como un compromiso tanto individual como colectivo, la tarea de mejorarlo. El
tener presente ese compromiso en nuestra conducta diaria, en cada pequeña prueba que
nos impone el contacto con nuestros semejantes, es un profundo imperativo ético judío.
En Rosh Hashaná nos reencontramos con nuestra herencia judía y esto supone el encuentro
con los seres de carne y hueso de la Biblia: Iaacov practicó el engaño; el rey David pecó con
Batsheva y envió a la muerte a su marido, Uriá el hitita; Moisés se dejó llevar por la ira y el
profeta Irmiáhu estaba sediento de venganza. Lo que da interés y vigencia a los textos
bíblicos es su conocimiento del corazón del hombre y de la imperfección de la criatura
humana.
Pero también hay en las historias de estos personajes tan lejanos pero tan vivos, una
aspiración de trascender, de elevarse espiritualmente, de mejorar el mundo mediante una
mejor relación entre los hombres, de bregar por un mundo más justo, más armónico, más
pacífico.
Por todo ello, la Biblia es el fundamento de la herencia espiritual judía y ha sido el libro que
más honda influencia ha tenido en la historia de la humanidad.
Rosh Hashaná es una ocasión propicia para reflexionar sobre el valor efímero de los bienes
materiales. La riqueza y la prosperidad pueden ser amigos peligrosos. Nos dan cosas para
poseer. Llenan nuestro mundo de objetos por los cuales preocuparnos. Primero adquirimos
cosas porque nos son útiles y pueden servir para nuestro bienestar. No sólo nos prometen
seguridad sino también identidad. Pero nuestra propiedad se transforma y nos transforma.
De amos nos vamos transformando en esclavos. Dependemos cada vez más de lo que
tenemos y cada vez menos de lo que somos. No dejemos que los bienes materiales nos
empobrezcan espiritualmente. La vida siempre debe ser mucho más que la acumulación de
cosas y del efímero poder que ellas parecen darnos. La riqueza espiritual no puede ser
comprada por ningún oro en el mundo. Y el camino hacia ella está en la conciencia de cada
uno.
Rosh Hashanah marca la iniciación del año judío. Celebrar esta festividad es remarcar que
somos miembros de la familia judía, que somos parte del pueblo judío. Sus raíces son las
nuestras: su cultura es la nuestra. El año nuevo es una oportunidad para reforzar nuestros
vínculos con el pasado judío. Y también para reforzar nuestros sentimientos de solidaridad y
de pertenencia. Estamos unidos para decir una vez más que la cadena de la continuidad no
se ha roto.
Un rabí jasídico dijo una vez que los judíos se asemejan a la arena de la costa marina y a las
estrellas en el firmamento. Cuando caen, llegan tan bajo como la arena de la costa pero
cuando se elevan pueden llegar espiritualmente a la altura de las estrellas. En esta parábola
se resume la grandeza y la miseria del género humano. El afán de superación espiritual es
una cualidad innata que no necesita del estímulo de tradiciones o rituales religiosos.

En ciertos estudios etimológicos encontramos una curiosa interpretación del vocablo Shaná
(Año en hebreo) el cual provendría de la misma raíz que shinui es decir, cambio,
transformación. El año venidero debe ser distinto, en sentido positivo, del que está por

concluir. Tal es el anhelo de todo judío en Rosh Hashaná ; que su hogar, su vida, la de los
suyos y la de todos sus semejantes sea mejor, más rica y armónica.

El judaísmo es más que teología y que textos del pasado remoto. Es más que una fe y que
ritos y normas de carácter religioso. Es una cultura viva de un pueblo vivo.
El judaísmo es pasado y presente. Familia, amor y lazos de amistad. Es sentido de la
continuidad. Memoria, raíces y orgullo compartido. Música, danza y humor. Todo lo creado
por el pueblo a lo largo de los siglos es judaísmo.
La riqueza del judaísmo está precisamente en su diversidad, en la variedad de opciones que
ofrece. Si hay algo que ha permitido el mantenimiento del judaísmo a través de los siglos, ha
sido la libre elección entre las infinitas posibilidades del ser judío.

El poder del pueblo radica en su capacidad de cambio. Las circunstancias varían
constantemente. El pueblo no es nunca el mismo y vive inmerso en un mundo que cambia
vertiginosamente. Cada nueva circunstancia histórica plantea nuevos retos y desafíos. Hoy
vivimos en un momento en que renacen enemistades ancestrales y feroces pasiones
fratricidas. Y como siempre en la historia en que resucitan viejos odios, renace también el
terrible fantasma del antisemitismo. La historia nos ha enseñado a no bajar la guardia y a no
confiar en que coyunturas favorables se mantengan de una vez para siempre.

En la región donde se encuentra Israel, guerras crueles y sangrientas en Siria e Irak han
producido más de un cuarto de millón de víctimas y millones de refugiados. A ello se suma, la
violencia en Libia y Yemen, cuyo futuro como países es cuestionado por luchas de facciones
que generan una inestabilidad incontrolada. En la frontera norte los peligros potenciales
están constantemente latentes.En el mundo occidental sigue siempre presente el fantasma
del terrorismo islamista de carácter internacional. Los asesinatos de París perpetrados contra
la libertad de expresión y contra la comunidad judía fueron una terrible alerta para toda la
humanidad incluyendo a aquellos que pretenden minimizar el peligro del Islam radical. Los
peligros para el pueblo judío no se limitan a Europa y el Medio Oriente. El judaísmo de la
Argentina ha vivido el traumático drama de la controvertida muerte del fiscal Alberto Nisman.
Es imposible no ver en este drama la sombra del régimen teocrático de Irán, cuya
responsabilidad en los atentados contra la Embajada de Israel en Buenos Aires en 1992 y
contra la AMIA en 1994 es considerada indiscutible por los principales servicios de
Inteligencia del mundo. Las implicaciones nacionales e internacionales de estos hechos nos
obligan a estar alerta.

Somos integrantes de una generación para la cual el estado de Israel constituye una realidad
cotidiana, con sus luces y sus sombras. Hace menos de un siglo, nuestros antepasados
conocieron un mundo en el cual la soberanía judía era tan sólo el sueño de algunos
visionarios y ser judío equivalía a ser integrante de un pueblo errante, perseguido y
humillado. Hoy, a los 67 años de su existencia, Israel es una realidad dinámica y uno de los
países más exitosos del orbe tanto por su creatividad como por su calidad de vida. Sin
embargo, el Estado Judío es el único de la comunidad internacional amenazado de
exterminio por un régimen islamista fanático. Es una amenaza que toda la humanidad no
puede tomar a la ligera. En una zona de inestabilidad crónica, en la que la barbarie del siglo
VII amenaza con barrer los avances de la humanidad en los últimos siglos, Israel es un
poderoso garante de la democracia y la modernidad.

Cada año que pasa nos aleja más de la profunda revolución que ha llevado a la quiebra del
socialismo totalitario como sistema político. Con la caída del comunismo ha terminado el
enfrentamiento de dos bloques antagónicos, el armamentismo nuclear a nivel planetario, la
guerra fría en todas sus formas, el temor a la extinción de la raza humana en un holocausto
en el cual todos hubiéramos podido ser víctimas.
Lamentablemente el fin de la guerra fría no ha colmado las expectativas exageradamente
optimistas que generó la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989. Hoy nuevos focos
de conflicto surgen a pesar del fenómeno de la globalización y la extraordinaria revolución en
las comunicaciones. En esta realidad compleja y constantemente cambiante, crece el
desequilibrio entre la tecnología y los recursos humanos, entre países ricos y pobres, entre la
necesidad de más recursos energéticos y los problemas ecológicos del planeta. Hay un
evidente desequilibrio entre los medios de que dispone la humanidad y su utilización racional.
Por otra parte, las trágicas guerras en el Medio Oriente han creado una situación de
desequilibrio internacional cuyas consecuencias son imprevisibles. La manifestación más
peligrosa de ese desequilibrio es la incontenible avalancha de refugiados de países islámicos
envueltos en guerras fratricidas hacia Europa. Al margen del temible desafío de seguridad
que esta inmigración plantea, representa la amenaza de un retroceso de la civilización de
muchos siglos.

Paralelamente a los vertiginosos cambios en la ciencia y la tecnología, la humanidad tiene
demasiados problemas que no puede resolver : la incapacidad humana de hacer frente a los
desastres naturales que cíclicamente azotan una y otra vez distintas regiones del planeta que
se derivan de los cambios climáticos, el creciente desempleo a escala planetaria, la miseria
y el hambre en distintas partes del mundo, el alarmante crecimiento a nivel global de una
criminalidad cada vez más poderosa y amenazante, el terrible flagelo de la drogadicción, el
mantenimiento en el poder de regímenes dictatoriales que logran sostenerse mediante el
gastado pero siempre eficaz recurso de la denuncia de enemigos externos, reales o
inventados, la vigencia de viejos conflictos que parecen no tener fin, el uso irracional de los
recursos cada vez más abundantes y sofisticados de que disponemos, el alarmante auge de
la corrupción en las estructuras estatales de numerosos países, el surgimiento de viejos-
nuevos mesianismos agresivos como el fundamentalismo islámico que han convertido el
terrorismo masivo e indiscriminado en un arma lícita, el alarmante resurgimiento de antiguos
males como el racismo y la xenofobia. Al amenazante orden bipolar de la confrontación entre
el capitalismo occidental y el totalitarismo comunista, ha sucedido un peligroso desorden
internacional en el cual la humanidad parece estar indefensa frente a minorías violentas y
alienadas.

Si Israel enfrenta problemas de enorme envergadura, no menos serios son los problemas
que enfrenta la Diáspora. La creciente emigración de los judíos de Francia a Israel debido a
un antisemitismo musulmán cada día más violento, ha vuelto a subrayar la precariedad de
nuestra existencia en un mundo en el que el radicalismo islámico es la gran amenaza al
mundo abierto y democrático en el siglo XXI. La globalización significa también la amenaza
potencial del terrorismo en todos los puntos cardinales de la tierra. Hoy todo el mundo tiene
clara conciencia de que el régimen teocrático iraní fue responsable de los mencionados
atentados en 1992 y 1994 en Buenos Aires. Sin embargo, gracias a la estrecha vinculación
del gobierno iraní con el fallido gobierno seudoprogresista de Venezuela, la posibilidad de
una presencia iraní militante en el continente es una espada de Damocles sobre la cabeza de
nuestras comunidades en América Latina.

No menor, aunque de naturaleza mucho más positiva, es el desafío de recrear la vida judía
sobre bases que la hagan atractiva para las nuevas generaciones y fortalecer la identidad
judía en una sociedad tecnológica en la que existen fuertes presiones para debilitarla y
hacerla desaparecer. Esa es la gran asignatura pendiente para nuestra generación.

Al margen de todas las amenazas que debemos enfrentar, no podemos dejar de valorar
todos los hechos positivos que siguen gravitando en la vida judía. La contribución judía a la
civilización nunca ha sido tan variada, tan extendida y tan importante. No son pocos los
investigadores de las ciencias sociales que tratan de entender el fenómeno de cómo una
minoría ínfima como lo es el pueblo judío en el seno de la humanidad desempeña un rol tan
desproporcionado a su tamaño. No solo se trata del número de Premios Nobel judíos. Se
trata del hecho incontrovertible de que el aporte judío en las ciencias naturales, las ciencias
humanas, las diversas manifestaciones del arte y los más variados campos del saber
humano es tan decisivo, que sin él no sería concebible el mundo contemporáneo tal como lo
conocemos.

Tenemos el más profundo respeto por la tradición religiosa judía, pero nosotros somos hijos
de la Emancipación y de la modernidad. Nuestro judaísmo es de carácter humanista y
cultural y no está subordinado a ninguna teología ni ninguna mística. Sostenemos la
legitimidad de la infinita variedad de tendencias y posturas filosóficas y religiosas en el seno
del pueblo judío. El pluralismo democrático es un imperativo sin el cual nuestro pueblo estará
condenado a convertirse en una secta o a desaparecer. Por ello nuestra lucha por el
pluralismo es la lucha por la continuidad judía y por la defensa de los valores éticos
esenciales del judaísmo. Esta lucha es vital no solo para la unidad del pueblo judío sino
también para la conservación de los principios democráticos que rigen nuestra vida.

Rosh Hashaná es no solo una confrontación con nuestra conciencia. También es un
reencuentro con nuestro judaísmo.
Éste nos brinda la seguridad de nuestras raíces, la alegría de un hondo sentimiento de
pertenencia, el profundo vínculo espiritual con el estado judío , el lazo vigoroso de la
solidaridad de un pueblo universal y el sentirnos parte de una larga cadena de generaciones.

En nuestra tradición Rosh Hashaná es símbolo de renovación y de nueva vida. Anhelamos
que el nuevo año traiga progreso y prosperidad para el mundo entero y la paz tan anhelada
para el Medio Oriente. En el año que se inicia, el pueblo judío debe seguir haciendo frente a
trascendentes cometidos históricos, entre los cuales el principal es hacer frente a todas las
fuerzas negativas que tratan de condenar a la frustración todo avance hacia la convivencia
pacífica entre el pueblo palestino y el pueblo israelí. Es de esperar que el gran sueño de la
paz genuina entre árabes y judíos tenga chances de hacer avances significativos en el año
que se inicia.
Rosh Hashaná es una celebración de regocijo y de alegría, de valoración de la vida humana
y de los vínculos fraternos que unen a todo al pueblo judío, en toda su dispersión y en toda
su variedad. Es en ese espíritu que alzamos nuestras copas por Israel, por Jerusalén, el
corazón del estado judío, por el pueblo judío en todo el mundo, por la paz, por la prosperidad,
por un mundo más justo, más solidario y más unido en torno a causas que importan a toda la
humanidad: un mundo que esté un poco más cerca de la realización de los sueños de los
profetas de Israel que siguen teniendo vigencia después de dos mil años.

 

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