Egon Friedler
Esta noche celebramos Rosh Hashana, el inicio del nuevo Año Judío. Esta fiesta tiene un profundo significado en la tradición judía. Señala con alegría y regocijo la iniciación de un nuevo año, y al mismo tiempo marca un momento de balance espiritual, de revisión crítica de nuestra conducta, de confrontación del hombre y la mujer judíos con su propia conciencia.
Rosh Hashana tambien suele denominarse «Yom Hasikarón», el día del recuerdo, pues en este día recordamos cómo fue nuestra conducta hacia nuestros semejantes en el año transcurrido.
Rosh Hashana es un día de reconocimiento de las propias faltas y del compromiso íntimo, individual, a cambiar de conducta. Este concepto de la responsabilidad ética individual es lo que ha diferenciado a los judíos de los demás pueblos en la Antigüedad y constituye un aporte decisivo de nuestro pueblo a la civilización. En el contexto del libre pensamiento judío, el año nuevo es un momento de balance espiritual, de análisis introspectivo, de re-examen de nuestra conducta en relación a nuestros seres queridos y a nuestros semejantes. Rosh Hashana constituye al mismo tiempo una confrontación del ser judío consigo mismo y una afirmación de la identidad y la responsabilidad colectivas.
Para nosotros es un día de auto-análisis, de introspección, de penitencia ante el tribunal de nuestra propia razón.
Rosh Hashana es un desafío a nosotros mismos. Queremos ser mejores de lo que somos, más íntegros, más justos, más solidarios con los demás. Pero no podemos auto-engañarnos : sabemos que debemos hacer frente a nuestras imperfecciones y nuestras limitaciones como seres humanos.
Nuestro crecimiento espiritual depende de nuestra capacidad para superar nuestros defectos. En Rosh Hashana tiene particular vigencia el antiguo proverbio judío. «Im ein aní li, mí li, veim lo shav as matai» : si no velo por mí mismo, quien lo hará ? ¨ Si no es ahora, cuándo ?
Rosh Hashana marca la iniciación del año judío. Celebrar esta festividad es remarcar que somos miembros de la familia judía, que somos parte del pueblo judío. Sus raíces son las nuestras: su cultura es la nuestra. El año nuevo es una oportunidad para reforzar nuestros vínculos con el pasado judío. Y también para reforzar nuestros sentimientos de solidaridad y de pertenencia. Estamos unidos para decir una vez más que la cadena de la continuidad no se ha roto.
El judaísmo es pasado y presente. Familia, amor y lazos de amistad. Es sentido de la continuidad. Memoria, raíces y orgullo compartido. Música, danza y humor. Todo lo creado por el pueblo a lo largo de los siglos es judaísmo.
La riqueza del judaísmo está precisamente en su diversidad, en la variedad de opciones que ofrece. Si hay algo que ha permitido el mantenimiento del judaísmo a través de los siglos, ha sido la libre elección entre las infinitas posibilidades del ser judío.
. Cada nueva circunstancia histórica plantea nuevos retos y desafíos. Hoy vivimos en un momento en que renacen enemistades ancestrales y feroces pasiones fratricidas. Y como siempre en la historia en que resucitan viejos odios, renace también el terrible fantasma del antisemitismo. La historia nos ha enseñado a no bajar la guardia y a no confiar en que coyunturas favorables se mantengan de una vez para siempre. Argentina ha vivido el traumático drama de la controvertida muerte del fiscal Alberto Nisman. Es imposible no ver en este drama la sombra del régimen teocrático de Irán, cuya responsabilidad en los atentados contra la Embajada de Israel en Buenos Aires en 1992 y contra la AMIA en 1994 es considerada indiscutible por los principales servicios de Inteligencia del mundo. Las implicancias nacionales e internacionales de estos hechos, que siguen dramáticamente vigentes, nos obligan a ser vigilantes.
Somos integrantes de una generación para la cual el estado de Israel constituye un hecho de la realidad, con sus luces y sus sombras. Nuestros antepasados conocieron un mundo en el cual la soberanía judía era tan solo el sueño de algunos visionarios y ser judío equivalía a ser integrante de un pueblo errante, perseguido y humillado. Hoy, a los 73 años de su existencia, Israel nos resulta tan natural como el aire que respiramos. Sin embargo, el Estado Judío es el único de la comunidad internacional amenazado de exterminio por un régimen islamista fanático. Es una amenaza que toda la humanidad no puede tomar a la ligera, porque toda amenaza existencial contra los judíos termina por ser una amenaza existencial contra la libertad y la democracia en el mundo entero.
Por otra parte, para nosotros como judíos, cualquiera sea nuestra actitud hacia el judaísmo o hacia la política del gobierno israelí de turno, la existencia del estado de Israel constituye un elemento esencial de nuestra identidad judía y de nuestra dignidad e integridad como seres humanos libres.
Heredamos del sabio Hillel uno de los más hermosos proverbios :»Ama a tu prójimo como a tí mismo. Esa es la clave del más noble de los sentimientos : la fraternidad humana. Lo explicita magníficamente Erich Fromm :»En el amor fraternal se realiza la experiencia de unión con todos los hombres, de solidaridad humana, de reparación humana. El amor fraternal se basa en la experiencia de que todos somos uno. Las diferencias en talento, inteligencia, conocimiento, son despreciables en comparación con la identidad de la esencia humana común a todos los hombres. Si percibo en otra persona nada más que lo superficial, percibo principalmente las diferencias, lo que nos separa. Si penetro hasta el núcleo, percibo nuestra identidad, el hecho de nuestra hermandad».
En estos últimos años las trágicas guerras en el Medio Oriente han creado una situación de desequilibrio internacional cuyas consecuencias son imprevisibles. La manifestación más peligrosa de ese desequilibrio es la incontenible avalancha de refugiados de países islámicos envueltos en guerras fratricidas hacia Europa. Al margen del temible desafío de seguridad que esta inmigración plantea, asimismo representa la amenaza de un retroceso de la civilización de muchos siglos y un conflictivo regreso civilizatorio para el continente europeo.
. La capacidad de asombro de la humanidad se ha agotado ante el horrendo espectáculo de las crueldades de las guerras sectarias del Islam en el Medio Oriente y el drama de millones de. refugiados de las guerras civiles en Siria y en Afganistán. El terrorismo islámico constituye una amenaza internacional que no reconoce fronteras y pone en peligro los avances de la civilización contemporánea. El pensamiento libre está amenazado en todas partes. El Islam radical aspira a convertirse en una policía de las ideas en todos los rincones del universo, terminando con las libertades de la democracia, el estado de derecho y la libertad de crítica. Al mismo tiempo amenaza con eliminar brutalmente los avances del feminismo, de la igualdad de género y de la tolerancia con las minorías. La lucha por el mantenimiento de esos avances de la civilización es vital para nosotros como judíos pero lo es también para toda la humanidad.
Si Israel enfrenta problemas de enorme envergadura, con la amenaza de Irán y sus milicias armadas en Siria y el Líbano, la Diáspora también enfrenta desafíos cuya peligrosidad no puede ser ignorada. La creciente emigración de los judíos de Francia a Israel debido a un antisemitismo musulmán cada día más violento, ha vuelto a subrayar la precariedad de nuestra existencia en una realidad interncional en la que el radicalismo islámico es una amenaza creciente para el mundo abierto y democrático del siglo XXI. La globalización significa también la amenaza potencial del terrorismo en todos los puntos cardinales de la tierra. Hoy, con el incremento de los actos terroristas en distintos lugares del mundo todo el mundo tiene clara conciencia de que el régimen teocrático iraní fue responsable del atentado contra la embajada de Israel en 1992 y contra la AMIA en 1994. Hoy, con claras evidencias de complicidades locales en el asesinato del Fiscal argentino Alberto Nisman resulta notoria la peligrosidad de la teocracia iraní a nivel mundial.
Un desafío mucho más positivo, es el de recrear la vida judía sobre bases que la hagan atractiva para las nuevas generaciones y fortalecer la identidad judía en una sociedad tecnológica en la que existen fuertes presiones para debilitarla y hacerla desaparecer. Esa es una gran asignatura pendiente para nuestra generación.
Al margen de todas las amenazas que debemos enfrentar, no podemos dejar de valorar todos los hechos positivos que siguen gravitando en la vida judía. La contribución judía a la civilización nunca ha sido tan variada, tan extendida y tan importante. No son pocos los investigadores de las ciencias sociales que tratan de entender el fenómeno de cómo una minoría ínfima como lo es el pueblo judío en el seno de la humanidad desempeña un rol tan desproporcionado a su tamaño. No solo se trata del número de Premios Nobel judíos. Se trata del hecho incontrovertible de que el aporte judío en las ciencias naturales, las ciencias humanas, las diversas manifestaciones del arte y los más variados campos de la ciencia y del saber humano es tan decisivo, que sin él no sería concebible el mundo contemporáneo tal como lo conocemos.
El fracaso del mundo comunista significó el fin de una concepción totalitaria del mundo y de una falsa justicia social impuesta por la fuerza. Pero no significó en modo alguno el fin de los ideales de justicia social y fraternidad humana que desde los profetas de Israel ha sido el patrimonio de generaciones de visionarios e idealistas que soñaron con un mundo más justo, solidario y fraterno. En un momento histórico en el que han resurgido con virulencia los viejos fantasmas del fascismo, el chauvinismo, el fundamentalismo religioso y la intolerancia en sus más diversas formas, afirmamos nuestra fe en los valores del humanismo y la solidaridad de todo el género humano. Estamos convencidos de que la justicia social y el desarrollo económico no son incompatibles, del mismo modo en que no lo son una dinámica economía de mercado y una eficaz gestión económica pública y estatal.
En un mundo complejo y cambiante, si bien a diario enfrentamos novedades inquietantes, también hay nuevos y esperanzadores cambios, entre ellos la apertura de varios países árabes hacia una paz con Israel en el marco de los llamados acuerdos de Abraham. Hacemos votos para que estos acuerdos se arraiguen y prosperen, convirtiéndose en una herramienta decisiva para cimentar una paz genuina entre Israel y el mundo musulmán, y entre el Islam y la civilización occidental en toda su variedad y su riqueza cultural.
Rosh Hashana es no solo una confrontación con nuestra conciencia. También es un reencuentro con nuestro judaísmo.
Este nos brinda la seguridad de nuestras raíces, la alegría de un hondo sentimiento de pertenencia, el profundo vínculo espiritual con el estado judío , el lazo vigoroso de la solidaridad de un pueblo universal y el sentirnos parte de una larga cadena de generaciones.
En este marco festivo de hoy, es oportuno remarcar nuestro compromiso vital profundo con nuestro país, la Argentina, que es naturalmente compatible con nuestra condición judía. Sumamos nuestro avance a los adelantos de la sociedad y el sistema educativo preparando adecuadamente al país para un mundo cada día más tecnológico y sofisticado.
Rosh Hashana es una celebración de regocijo y de alegría, de valoración de la vida humana y de los vínculos fraternos que unen a todo al pueblo judío, en toda su dispersión y en toda su variedad. Es en ese espíritu que alzamos nuestras copas por Argentina, por Israel, por Jerusalén, el corazón del estado judío, por la paz, por la prosperidad, por un mundo más justo, más solidario y más unido en torno a causas que importan a toda la humanidad: un mundo que esté un poco más cerca de la realización de los sueños de los profetas de Israel que siguen teniendo vigencia después de dos mil años.
LEJAIM!
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