Dr. Alberto Spektorowski

La triste verdad es que el asesino Igal Amir ha triunfado. Permancerá en la cárcel de por vida pero su crimen ha cumplido con todo lo que se propuso. Derrumbar la única figura en el mapa político de Israel que podía conducir al país a un difícil proceso de paz con los palestinos y consolidar el sueño del sionismo: que el estado judío sea finalmente aceptado y legitimizado en la región.

Mucha agua corrió desde ese momento. Después del asesinato de Rabin, Israel y los palestinos podían haber retomado el proceso de paz. Hay que reconocer que no solo Israel fue responsable del descarrilamiento del proceso de paz. Los palestinos y su liderazgo contribuyeron en el proceso de agotamiento, al no saber contener e incluso al alentar las acciones terroristas del Hammás. Sin embargo la piedra angular que comenzó a sellar el fin del proceso fue el asesinato de Rabin. Con ese asesinato, el movimiento por la paz perdió a su líder, en el momento preciso en que existía una ventana de oportunidades abierta para proseguir el proceso de paz. Desde ese momento el movimiento por la paz jamás recuperaría un conductor, y con el correr del tiempo también la ventana de oportunidades, basada en un mundo unipolar dirigido por los Estados Unidos, se cerraría.

Con el asesinato de Rabin se comenzó a desmoronar la esperanza para el movimiento pacifista en Israel. Desde ese momento, no solo se sintieron traicionados por los palestinos sino que también, y especialmente, por la población israelí que nunca terminó de condenar a los que incitaron a la violencia sino que los llevó al poder. Igal Amir no actuó en un vacuum. Un largo período de incitación precedió a la acción criminal. Rabinos ultranacionalistas, colonos políticos oportunistas, entre ellos el actual primer ministro Netaniahu, contribuyeron a sembrar con sus propias manos y voces el camino del asesinato.

Fueron premiados. Subieron al poder y mataron la utopía, el sueño de ver consolidado en nuestro tiempo la única solución posible al conflicto palestino israelí, que es la de dos estados para dos pueblos.

Hoy en día no solo el sueño de la paz parece ser algo que pertence al pasado, quizás a la prehistoria. Los ultranacionalistas en el gobierno, lenta pero con seguridad están corroyendo la democracia israelí. La fórmula estado democrático y judío se está volcando hacia un nacionalismo a ultranza en donde lenta pero seguramente los derechos civiles de sectores no judíos de la población se ven afectados y en donde los derechos de acción de los organismos de derechos humanos son perseguidos. Lenta pero seguramente la Corte Suprema de Justicia, el último bastión de la democracia liberal, es socavada después de los ataques permanentes de los ultranacionalistas.

Y como si eso fuera poco, las expectativas de los liberales israelíes de que el mundo occidental le haga entender a la derecha integralista israelí que su camino llevará al suicidio del Israel sionista, está lejos de concretarse.

El mundo occidental inmerso en un populismo galopante, resultado del fracaso de las elites liberales de llegar a las masas y de la crisis de la inmigración, está cada vez más lejos de poner su ejemplo de democracia liberal frente a Israel.

No solo que no puede ser ejemplo frente a Israel, sino que el modelo de seguridad israelí y el modelo del estado etnonacional israelí están comenzando a ser percibidos como una solución más que como un problema, por un creciente número de gente en Europa.
También en Europa como en Israel, la ausencia de un liderazgo fuerte de la democracia liberal, está terminando por corroer su futuro ante el peso de los populismos.

¿Qué fue Rabin entonces, y qué enseñaza tenemos hoy de lo sucedido? No alcanza con las utopías ni con tecnócratas eficientes. Tampoco alcanza con la verdad. Se necesita un liderazgo que pueda traducir estas verdades en aceptación popular, y que pueda cargar sobre sus espaldas el dolor del proceso.

Cuando Igal Amir apretó el gatillo entendió todo esto. Entendió que un proceso tan problemático y doloroso como el arreglo con los palestinos solo podía ser conducido por un líder que cosechaba el afecto y el respeto de la izquierda y parte de la derecha racional. Un héroe nacional indiscutido que justamente había demostrado sus dotes como general conductor y liberador de Jerusalem y los territorios de Judea y Samaria.

Al eliminarlo, el proceso de paz y la democracia liberal perderían a su conductor.

Sentado en su celda de por vida, Igal Amir puede ver cómo su vil acción fue coronada por el éxito. Con la muerte de Rabin, el movimiento ultranacionalista ganó el tiempo necesario para que la ventana de oportunidades de la paz en Israel, en la región y en el mundo, se extinga.
En definitiva hoy pueden «disfrutar» de un renacer postliberal no solo en Israel sino en el mundo democrático.

Cuáles serán las consecuencias de estos desarrollos para Israel es difícil predecir. Lo que sí queda claro es que los tiempos tormentosos para los defensores de una visión pacifista y liberal no solo no han acabado sino que se acentuarán.

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