Rabino Dr. Efraim Zadoff

(Cap. 6:2) Habló Dios con Moshé y le dijo: «Yo soy el Eterno [YHWH], (3) que me aparecí a Avraham, a Itzjak y a Iaakov como Dios Omnipotente [el shadai], pero por mi nombre, Eterno, no me dí a conocer por ellos. (4) Concerté mi pacto con ellos para darles la tierra de Canaán, la tierra de su residencia, la tierra en que moraron. (5) También oí el gemido de los hijos de Israel oprimidos por los egipcios, y recordé mi pacto. (6) Por lo tanto diles a los hijos de Israel: Yo soy el Eterno; os libraré de los trabajos forzados en Egipto, os salvaré de la servidumbre y os redimiré con brazo tendido y con grandes castigos. (7) Yo os tomaré por mi pueblo y seré para vosotros Dios y sabréis que yo soy el Eterno vuestro Dios, el que os redime de los trabajos forzados de Egipto. (8) Os llevaré a la tierra que juré dar a Avraham, Itzjak y Iaakov y os la daré por heredad. Yo soy el Eterno.» (9) Moisés habló así a los hijos de Israel, pero ellos no le escucharon por impaciencia y por la dureza de su servidumbre. (10) El Eterno habló a Moshé diciendo: (11) «Ve y dile al faraón, rey de Egipto, que deje ir a los hijos de Israel de su tierra.» (12) Y Moshé habló ante el Eterno, diciendo: «Si los hijos de Israel no me escucharon, ¿cómo me escuchará el faraón, a mí que soy duro de lengua? (13) Mas el Eterno insistió ante Moshé y Aharón y les ordenó [qué hacer] ante los hijos de Israel y ante el faraón rey de Egipto, para sacar a los hijos de Israel de la tierra de Egipto.

Los acontecimientos a los que se refieren estos versículos son un fragmento de una epopeya que comenzó hace mucho tiempo. Su ubicación en el comienzo del segundo libro de la Torá o del Jumash – el Pentateuco, no implica que forma parte de una nueva historia. En realidad la división de la Torá en cinco libros, es una tradición muy posterior a la redacción de estos textos. Sus orígenes se remotan a la Edad Media y son resultado de un nuevo ordenamiento de los textos por los dirigentes de la Iglesia Cristiana en versículos, capítulos y libros. En la tradición original hebrea, que data por lo menos unos 1.500 años antes de estos cambios, la única división vigente era en parashot, porciones de texto, que se leían cada semana en un ciclo de tres años.

Esto nos permite comprender a esta parashá como parte de una saga que comienza en el capítulo 11 versículo 10 del libro de Bereshit (Génesis), en el cual se describe el árbol genealógico de Avraham, que comienza con Shem – el primogénito de Nóaj. La narración continúa con los hechos que convierten a Avraham en el patriarca de un clan numeroso que es el objeto de esta historia.

Los eruditos cristianos finalizaron el primer libro y comenzaron el segundo cuando la narración pasa de ser la historia de un clan con intrigas familiares, anécdotas, rencillas, amores, etc., a convertirse en una historia de tribus que en el futuro conformarán un pueblo.

En la parashá anterior (Shmot), en la presente y en la que sigue (Bo), el relator nos cuenta cómo esta familia o clan, se convierte en un pueblo con aspiraciones nacionales y con una patria terrenal a la que aspira llegar y contruir sobre esta tierra su hogar nacional. «Os llevaré a la tierra que juré dar a Avraham, Itzjak y Iaakov y os la daré por heredad.» 

El texto que viene a continuación del citado arriba, refuerza esta explicación ya que los versículos 13-25 presentan una descripción genealógica de las primeras generaciones de los líderes de las tribus, que tal vez viene a reforzar la perspectiva de los hijos de Israel como pueblo consolidado. Los últimos dos versículos (26-27) concluyen esa descripción al arribar a Aharón y Moshé. Aquí vuelve a contarnos que el Eterno les encomendó que saquen a los hijos de Israel de Egipto y que ellos son los que hablan con el faraón.

Desde el comienzo de la parashá Shmot, nos enteramos que en el pasado reinaba una relación de convivencia pacífica y armónica de los israelitas en el reino de Egipto. Pero los temores frente a los extranjeros o los diferentes [¿paranoia, xenofobia?] por parte de los nuevos gobernantes, que no conocían la historia en las relaciones entre los locales y ellos, conducen a la explotación, el odio, la represión y el sufrimiento.

(Shmot 1:8) Se levantó en Egipto un nuevo rey, que no había conocido a Iosef. (9) Y dijo a su pueblo: «El pueblo de los hijos de Israel se vuelve numeroso y más fuerte que nosotros. (10) Obremos astutamente con él para impedir que siga multiplicándose, no sea que en situación de guerra se alíe a nuestros enemigos, luche contra nosotros y se vaya del país.» (11) Entonces puso sobre ellos recaudadores de tributos para oprimirlos con trabajos forzados, y edificó para el faraón las ciudades de Pitom y Raamsés. (12) Mas cuanto más los oprimían, más se multiplicaban y más rápidamente crecían, hasta que los egipcios se preocuparon por los hijos de Israel. (13) Y los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con rigor.

Los sufrimientos fueron aumentando gradualmente. Aparentemente, los hijos de Israel trataron de amoldarse a las nuevas y duras condiciones de vida para poder sobrevivir y probablemente no consideraron una alternativa. Tal vez actuaron como la ranaque es arrojada a un recipiente con agua que se va calentando gradualmente. La rana se va acostumbrando a las nuevas condiciones y no salta, hasta que la alta temperatura del agua la mata.

Para lograr un cambio se hizo necesaria la presencia y la actuación de un líder, que se dé cuenta de la trampa en la que su pueblo había caído, lo concientice de las terribles condiciones en las que está viviendo y le haga ver a qué lo conducirán si no cambia la situación. Para ello era necesario un personaje con otra perspectiva de la realidad.

El personaje que es presentado a cumplir este rol es Moshé. Es distinto a sus hermanos ya que a diferencia de ellos, que se acostumbraron a la servidumbre, él se crió en la corte del faraón como hombre libre y encumbrado. Tal como lo definió Howard Fast en el título de su libro, Moshé era «El príncipe de Egipto».

En las primeras etapas de esta narración, la actuación de Moshé se caracteriza por la indecisión. En el cumplimiento de su misión hay avances y retrocesos. Por un lado se rebela ante la opresión de sus hermanos (mata a un egipcio que golpea a un hebreo, cap. 2:11-12). Por el otro, cuando siente peligro, huye de Egipto y encuentra refugio y una familia en una tribu midianita de pastores. También aquí experimenta la vida en libertad y como yerno del sacerdote de la tribu.

Sin embargo el recuerdo de su pueblo oprimido no desaparece de su memoria. El sentimiento de su deber de ayudarles y liderarlos hacia la libertad no lo deja. Este ardor interno de Moshé es presentado metafóricamente por el redactor del texto en la forma de un arbusto ardiente que, al igual que su convicción interna, no se consume ni termina de arder.

(Shmot 3:1) Moshé apacentaba el rebaño de su suegro Itró, sacerdote de Midián, y lo condujo por el desierto y llegó al monte de Dios, Jorev. (2) Y se le apareció el ángel del Eterno de las llamas de la zarza, y vio que la zarza ardía pero no se consumía.

A pesar de las dudas sobre la posibilidad de cumplir con su misión de conducir a sus hermanos a la libertad, ya sea por la falta de confianza en sus propias aptitudes o por el rechazo del pueblo a iniciar la aventura del camino hacia la libertad, Moshé asume todos los riesgos que esto implica y decide obedecer el mandato divino / escuchar la voz de su conciencia.

En esta misión Moshé tuvo que luchar en dos frentes. Por un lado lograr que el faraón les permita abandonar Egipto, ya que los hijos de Israel no disponían de los recursos para oponerse a sus ejércitos. En esta batalla Moshé contaba solamente con la posibilidad de convencer al faraón que las tribus de Israel debían salir de Egipto, al menos por unos días, para cumplir con el culto a su Dios en el desierto. Este culto que no podía realizarse en una tierra extraña. Ya sea como excusa para abandonar Egipto o como verdadera razón para la emigración, esta demanda simboliza claramente la reivindicación del derecho de estas tribus a su singularidad cultural y nacional.

El rechazo de esta exigencia de los débiles y oprimidos es la que conduce a los hechos extraordinarios que son presentados en nuestro texto como las diez plagas. La intervención de Dios como fuerza superior que impone su voluntad y logra su cometido puede ser interpretada como instrumento del narrador de este drama que simboliza la fuerza de un grupo humano para lograr su libertad. La declaración en el capítulo siguiente: (7:3) Endureceré el corazón del faraón y multiplicaré mis señales y mis milagros en la tierra de Egipto, pueden interpretarse como un giro para demostrar la fuerza interna del pueblo que, al igual que su Dios que vence a los dioses de Egipto, vencerá con su aspiración a la libertad a las fuerzas egipcias que lo doblegan.

El segundo desafío que deberá enfrentar Moshé es el de convencer, tal vez educar, a los hijos de Israel que hay otra forma de vida, mejor, por la que vale la pena asumir riesgos: la vida en libertad. Ésta fue la misión que más le tardó cumplir. Utilizando una figura bastante difundida en nuestros días, a Moshé le resultó más fácil sacar al pueblo de Israel de Egipto, que sacar «el Egipto» del pueblo de Israel. Cuarenta años erraron por el desierto hasta que arribaron al hogar nacional – a la Tierra Prometida.

Este planteo me recuerda otra época en la historia de nuestro pueblo, más reciente. Fines del siglo XIX en Europa. Los judíos vivían entonces en circunstancias difíciles. En la perspectiva externa sufrían de inestabilidad y discriminación política, social y económica. En la dimensión interna había serios cuestionamientos de la identidad nacional judía con una priorización de la identidad religiosa y, en amplios sectores, abandono de ambas. También se registraban serias disputas en torno a una pluralidad en la definición de esta identidad.

Hacia fines del siglo surgió un líder que comprendió la realidad en la que se estaba viviendo y conjugó los sentimientos populares y sus necesidades en una plataforma política. Este líder –Theodor Herzl– adquirió en su carrera una perspectiva universal de la realidad. Su formación con estudios universitarios y su trabajo en el periodismo centro europeo le brindaron una visión amplia de la realidad circundante y una perspectiva humanista y no religiosa de la realidad judía. Su comprensión de la evolución de los acontecimientos políticos con el proceso de desmoronamiento de los imperios y el surgimiento de los movimientos nacionalistas, influyeron en su formulación del proyecto nacional judío.

Las raíces del mito de la revolución nacional por la libertad están en nuestra parashá y en la descripción de la definición nacional del pueblo de Israel en las fuentes de la Torá y en escritos similares de nuestra literatura clásica, cuyos orígenes se remontan a cerca de tres mil años atrás. Este mito mantenido durante siglos a lo largo de generaciones, surgió renovado en el planteo de este nuevo movimiento político que lo tradujo en una aspiración al cambio que se lograría con una revolución.

La innovación de Herzl en su planteo fue la de reestructurar esta aspiración de acuerdo a las perspectivas políticas del momento, convencer a sus hermanos que se autoconsideren como nación y no como religión, y canalizar en una acción concreta las aspiraciones nacionales judías de los adherentes a una idiosincracia humanista y laica.

Al igual que Moshé, Herzl y el sionismo – movimiento político que condujo por cortos años, tuvieron que enfrentar la problemática política en el entorno internacional y las disputas y divergencias en el seno del pueblo judío. Como reza la canción de Januká «…no nos aconteció ningún milagro… hemos excavado en las rocas hasta sangrar, ¡hasta que se hizo la luz!» y tras penurias y sufrimientos, el movimiento sionista logró su cometido.

Sin embargo no todo está dicho: los desafíos del presente continúan siendo externos e internos y afectan a todo el pueblo judío – en la diáspora y en el estado judío soberano. ¿Tendremos la inteligencia de encontrar el camino adecuado para lograr un entendimiento con las otras naciones del mundo? Y no menos importante ¿lograremos que impere un respeto mutuo entre los diferentes sectores y corrientes que conforman al pueblo judío?

Sólo el futuro nos dirá si aprendimos la lección de la convivencia pacífica y con respeto, con los demás pueblos y dentro de nosotros mismos.

¡Shabat shalom!

 

Síguenos:               spotify