Mario Ablin
(Publicado en Semanario «Nueva Sión», 14/12/1993)
La ortodoxia intenta presentar al judaísmo humanista- en su vertiente religiosa liberal o laica- como una expresión inauténtica de la herencia judaica, vacía de contenido espiritual y carente de valores. Ha llegado la hora de romper el silencio ante la pretensión de esa minoría fundamentalista de monopolizar la legitimidad judía. La civilización de Israel pertenece por igual a todos los judíos – ortodoxos, liberales o laicos- y en cada uno de ellos destella una chispa de espiritualidad, de principios éticos y también de santidad.
En los albores del Estado- al comienzo de la década de los años ’50- tuvo lugar en Benei Berak un histórico encuentro entre el entonces Primer Ministro de Israel David Ben Gurión y el líder de la ortodoxia religiosa Hazon Ish. En dicho encuentro se sentaron las bases para las relaciones entre el Estado y la religión en Israel, sistema que aún sigue vigente en la actualidad y que es conocido con el nombre de «status quo». La crónica registra- entre los iversos
argumentos expuestos por las partes- una parábola que el Hazon Ish relató a Ben Gurión, la cual en definitiva inclinó la balanza hacia la aceptación de las exigencias del sector religioso.
Según la parábola rabínica, las relaciones entre la minoría religiosa y la mayoría laica en Israel pueden ser representadas por la imagen metafórica de dos animales de carga que se encuentran uno frente al otro en un estrecho sendero de montaña a cuyos pies se abre el precipicio y en el cual hay sitio para un solo animal por vez. El asno que viene subiendo la cuesta del cerro lleva en sus alforjas un valioso cargamento de oro y plata, mientras que el asno que desciende no lleva carga alguna a cuestas. Según el Hazon Ish, el asno que desciende con sus alforjas vacías debe apartarse del camino para dejar lugar al animal portador del valioso cargamento.
La alegoria de ese relato es obvia. En la perspectiva de la ortodoxia religiosa, el asno que sube con la carga a cuestas es la representación del judaísmo ortodoxo, portador de los valores milenarios de la tradición y la ética judías. El otro animal, aquél que baja desde la cima desprovisto de carga alguna es la representación del judaísmo laico, un judaísmo vaciado de contenido, sin tradición y sin valores.
Lo cierto es que la ideología sionista, representada por Ben Gurión y su generación, no era precisamente una «cáscara vacía» de contenido, según pretendía caracterizarla la ultra ortodoxia religiosa.
Al decir del Prof. Yoshua Porat, el sionismo clásico constituyó una ideología revolucionaria destinada a cambiar radicalmente la identidad colectiva del pueblo judío.
El judaísmo histórico- aquél que vivía de acuerdo a la Halajá en el ghetto de Europa oriental- constituía en la perspectiva sionista un fenómeno social de imposible subsistencia. «O seremos los últimos judíos o nos constituiremos en los primeros hebreos» escribió el poeta Berdichevsky hace mas de 80 años, insinuando así el carácter profundamente revolucionario del sionismo en relación a la auto-definición judía.
El historiador Yoshua Arieli considera que uno de los propósitos centrales del sionismo al crear el Estado de Israel fue el de permitir la auto definición judía laica. Las características básicas de la sociedad israelí, sus instituciones legales, políticas y sociales fueron conformadas según el modelo de los regímenes democráticos occidentales y en el espíritu de las ideologías contemporáneas: socialismo, nacionalismo, humanismo liberal, democracia.
Una concepción de mundo laica rechaza los presupuestos, las normas y las reglas de conducta que se sustentan en la autoridad religiosa institucional. El individuo laico configura sus propias normas de conducta según un criterio autónomo o basándose en usos y costumbres, cultura circundante, tradición o consenso público. Aunque por lo general el punto de vista laico rechaza el dogma religioso institucional, es posible que un judío laico adopte ciertas prácticas religiosas como expresión de unidad y vínculo con la comunidad.
Ser un judío laico en Israel, al decir del historiador Arieli, es estar abierto al pasado, presente y futuro del judaísmo sin por ello estar sometido a un marco de referencia cerrado sustentado en la autoridad y tradición religiosa. Es participar en la vida del pueblo y el país, en el paisaje y la naturaleza, es vivir en el propio idioma, es descubrir la riqueza de la herencia espiritual del judaísmo en todas sus dimensiones, es contribuir al desarrollo de la cultura judía en el marco de las grandes civilizaciones de las cuales forman parte los judíos, es ser partícipe de la extraordinaria aventura de crear una sociedad moderna, es responsabilizarse por el destino del pueblo judío y también por el destino de la comunidad de las naciones.
LA OFENSIVA FUNDAMENTALISTA
Las aspiraciones del sionismo clásico de reformular radicalmente la identidad colectiva del pueblo judío fueron debilitándose gradualmente a partir de la década del ’40, proceso que paradójicamente resultó acentuado a partir de la creación del Estado.
El Prof. Arieli atribuye este desenvolvimiento a tendencias y procesos sociales que han caracterizado a la sociedad israelí en las últimas décadas, las cuales se enmarcan en la crisis global que afecta al laicismo en relación a la posibilidad de ofrecer respuestas válidas para las necesidades del individuo y la sociedad contemporánea. Paralelamente a la crisis de las ideologías laicas se ha venido produciendo un creciente fortalecimiento de los sectores religiosos fundamentalistas, que rechazan toda posibilidad de auto definición judía, que pueda llegar a contradecir las premisas ortodoxas.
Las secuelas del Holocausto, la inmigración masiva de comunidades judías orientales de fuerte sustrato tradicionalista, el rápido crecimiento demográfico de los sectores ultra ortodoxos, el movimiento de «baalei teshuvá», el sistema de gobierno basado en alianzas políticas hábilmente usufructuado por los grupos ortodoxos para impulsar sus intereses sectoriales, el clima político de xenofobia e intolerancia impuesto por la derecha israelí a partir de 1977, son algunas de las causas contextuales para el fortalecimiento religioso en desmedro de los sectores liberales y pluralistas en Israel.
Esos procesos sociales- aunque preocupantes desde una perspectiva humanista y abierta del Judaísmo- no son en definitiva la única causa determinante del avance ortodoxo en Israel. La contrapartida de dicho avance es el retroceso del pensamiento judío liberal israelí frente a las ideologías intolerantes y xenófobas. Eso sí es preocupante.
El mítico líder obrero socialista Itzjak Ben Aharón ha caracterizado muy acertadamente el «eclipse del laicismo» al afirmar que «la sociedad israelí- esencialmente laica- carece de instrumentos para expresar sus principios filosóficos, sus valores, sus criterios educativos. El sistema humanista carece de medios para responder a las necesidades emocionales del ser humano. Es un sistema muy racionalista, científico, tecnológico. No proporciona respuestas a interrogantes existenciales y no aclara la relación del hombre con lo desconocido. Ésa es la razón que explica el fracaso de la social-democracia en el mundo. En contraposición, las religiones organizadas dan respuestas: 200.000 visitan al Baba Sali. ¿Y qué ofrece la cultura laica en respuesta?: fútbol».
LAICISMO, ESPIRITUALIDAD Y FE
La crítica de Ben- Aharón- al igual que la de muchos otros intelectuales israelíes- es esencialmente constructiva y está destinada a revitalizar el pensamiento judío laico. El término laicismo en este contexto no implica necesariamente ateísmo o negación a ultranza de toda concepción religiosa. El laicismo como sistema de pensamiento puede ser expresado con el término «secularismo», en el sentido que le atribuye Harvey Cox a dicho concepto: una secularidad que conlleva en sí la espiritualidad y la fe, aún cuando rechaza el dogma de la religión institucionalizada.
El pensador y analista Aluf Har Even expone los fundamentos laicos del judaísmo de un modo abierto y omnicomprensivo, que incluye dentro de sí también a la tradición religiosa y espiritual del Pueblo de Israel. Según Har Even, las palabras del profeta Amos «Darshuni ve Jaiu» – «Comentad la Palabra Divina y viviréis» – representan el paradigma de la existencia judía. Según esta exégesis ese versículo debe ser entendido así: «Si vives en una relación de midrash (comentario) con el mundo que te circunda (incluso Dios), entonces vivirás». La relación de midrash con el entorno implica investigar, cuestionar, explicar y renovar la realidad que rodea al ser humano.
Frente a esa existencia de midrash opone otro sector del judaísmo el versiculo «Tzadik beemunató ijié» – «El justo vivirá en su creencia». La creencia en este contexto expresa los aspectos de culto y observancia religiosa. El laicismo -en esta concepción- no está en necesaria contradicción con la fe en Dios, implicando un rechazo sólo de los marcos de culto institucionales. Dios en su definición bíblica no es incompatible con una concepción laica del mundo. Según el texto bíblico el Todopoderoso se autodesignó ante Moisés como «Seré el que Seré»; es decir, seré alguien que no ha sido hasta ahora, seré alguien nuevo. La posibilidad de ser alguien inédito es el atributo por excelencia del «Creador».
LA LUCHA CONTRA LA IDOLATRÍA
La idea de Dios como creador y recreador del Universo es la antítesis de una concepción estática del mundo. En realidad el concepto mismo de Dios cambia continuamente.
Según lo expresa el psicólogo social Erich Fromm, las palabras y los conceptos que se refieren a fenómenos vinculados con la experiencia psíquica y mental se desarrollan y crecen -o se deterioran- con la persona a cuya experiencia se refieren.
Que los conceptos crezcan es sólo posible si éstos no están separados de la experiencia a la que dan expresión. Si el concepto de Dios resulta alienado -es decir separado de la experiencia a la que se refiere- pierde su realidad y se transforma en un artefacto de la mente del hombre; se convierte en un ídolo.
Es precisamente la lucha contra la idolatría la esencia del judaísmo. El hombre crea continuamente ídolos -dogmas, Estados, ideologías, bienes materiales- y éstos amenazan con subyugarlo. En cada generación es preciso repetir el acto paradigmático del patriarca Abraham, quien no vaciló en destruir los íconos y estatuillas de culto de la casa paterna.
El humanismo, en las palabras de Fromm, es una filosofía global que insiste en la unicidad de la raza humana, en la capacidad del hombre para desarrollar sus propios poderes, para llegar a la armonía interior y para establecer un mundo pacífico.
La religión judía –desde un punto de vista liberal y abierto- y el judaísmo laico como visión existencial y creativa de la cultura judía, son vertientes complementarias y confluyentes en el camino hacia la afirmación de un judaísmo tolerante y plural.
EL QUE CALLA NO OTORGA
Al finalizar el Hazon Ish el relato acerca de la parábola de los dos burros de carga, su interlocutor –el Primer Ministro de Israel- le miró fijamente a los ojos y calló. Aquel silencio de Ben Gurión proyecta desde entonces una pesada sombra sobre la sociedad israelí. Su consecuencia inmediata se expresó a nivel institucional en el acuerdo del «status quo» que rige hasta hoy las relaciones entre religiosos y laicos en Israel.
El status quo constituyó en la práctica una retirada de los ideales sionistas laicos y liberales en pos de un «modus vivendi» con la ortodoxia religiosa. Sin embargo, no es en la perspectiva institucional donde se expresa en toda su magnitud la implicancia de aquel silencio de Ben Gurión, sino en su consecuencia moral. Ese silencio marcó a toda una generación del liderazgo sionista socialista que pareció aceptar las premisas tácitas del planteo ortodoxo: la legitimidad judía pertenece sólo al judaísmo religioso en su vertiente ortodoxa. Las consecuencias de esa «auto-negación» se proyectan hasta nuestros días y marcan a toda una generación de israelíes, quienes consideran a la ortodoxia como el único judaísmo «auténtico», aún cuando ellos no se definen a sí mismos como judíos religiosos.
Las corrientes religiosas liberales- Conservadorismo y Reforma- son en esa perspectiva ortodoxamente laica hijas ilegítimas de aquel judaísmo verdadero.
También el silencio del sionismo pionero ante las pretensiones ortodoxas de legitimidad exclusiva hacia lo judío aplastaron todo intento de formular una concepción judía laica y humanista, no necesariamente basada exclusivamente en premisas de observancia religiosa. Nuestra generación ya no está dispuesta a escuchar en silencio las parábolas de los herederos del Hazon Ish.
Quienes sostienen ser portadores de la herencia auténtica del judaísmo deberán dar cuenta del cargamento que llevan a cuestas, deberán demostrar ante el pueblo de Israel que sus alforjas están llenas de valores, ideas, ejemplos personales, enseñanzas y mensajes espirituales apropiados para iluminar el camino del pueblo judío en una era de cambio y transformación.
Tener las alforjas «llenas» no es suficiente como criterio de legitimidad. Muchas veces, la pesada carga que llevan a cuestas incluye elementos superfluos que nos empecinamos en atesorar por nuestra incapacidad y nuestro temor de desprendernos de aquello que se ha tornado innecesario: de discernir, elegir y crear.
Somos parte de una generación que no se considera «vacía de contenido». Nuestras alforjas están mucho más llenas de lo que pensaba el Hazon Ish y, paradójicamente, de lo que piensan muchos israelíes laicos de hoy en dia. Somos herederos y también actores de la historia judía, somos miembros de una cultura milenaria– de la cual la tradición religiosa es parte junto a otros aspectos de creación judía-; somos producto de la cultura occidental y sus grandes ideas de democracia, socialismo, racionalismo, humanismo, ciencia y tecnología; somos los creadores de una sociedad judía soberana incorporada al concierto de las naciones.
Nuestras alforjas ciertamente no están vacías. El camino hacia la cima de la montaña se abre hacia nosotros. Caminemos hacia adelante sin temor ni vacilación. Avancemos hacia un judaísmo humanista, abierto y plural.