
En las últimas semanas se está desarrollando en Israel y en el mundo judío un debate en torno a una nueva Ley Fundamental promovida y aprobada por la coalición de los partidos que componen el gobierno, llamada «Ley de nación».
Nuestro colaborador y amigo Mario Ablin, escribió en 2009 un artículo que recobra actualidad.
Judaísmo Laico, como iniciativa judía sionista y liberal, considera importante aportar con esta nota, al debate, que aún está efervescente.
CONSOLIDAR UNA IDENTIDAD NACIONAL INTEGRADORA
Mario Ablin
Marzo, 2009
El politólogo Shlomó Avineri trajo a colación en un reciente artículo la figura del Doctor Geier, aquel personaje imaginario en la utopía “Altneuland” de Theodor Herzl. Geier, recientemente inmigrado a Palestina, crea un partido político de fuerte tono anti-árabe con el objeto de participar en las elecciones del año 1923. Geier propone anular la ciudadanía y el derecho a ser elegido a todo aquel que no sea judío.
¿El tema resulta conocido al lector? La historia inventada por Herzl muestra que ya entonces el creador del sionismo político era consciente que la presencia de población árabe en Palestina pondría a prueba la vigencia de los principios democráticos del futuro Estado judío. Según la visión de Herzl, el Estado judío estaba destinado a crear una sociedad en la cual toda la población, sin diferencias de religión, raza o sexo, gozarían de igualdad de derechos y podrían resultar elegidos para cualquier cargo público.
En Altneuland se registra un acalorado debate entre Geier y los dirigentes del sector liberal, quienes fundamentan su posición igualitaria hacia la población árabe en principios liberales de carácter universal y en fuentes de la tradición judía.
Desde entonces, cuando fuera escrita la utopía de Herzl, mucha agua ha pasado bajo los puentes. El sueño del creador del sionismo político se hizo realidad y fue creado el Estado de Israel. Sin embargo, las relaciones entre la mayoría judía de la población y la minoría árabe no se han encauzado hasta ahora sobre una base igualitaria.
Al respecto, cabe señalar que en Israel existen aún mecanismos institucionales destinados a dar preferencia a la población judía por sobre la población árabe, los cuales se trasuntan en diversas esferas de la realidad social: en la legislación, en decisiones administrativas y en cierta medida también en el ámbito judicial. La terminología del “preferencialismo judío” es siempre cambiante y rebuscada: “esta ley se aplica sólo a quienes han cumplido el servicio militar” o “esta ley rige para aquéllos a quienes se les hubiera aplicado las disposiciones de la ley del retorno, si no fueran ciudadanos israelíes” o redacciones sutiles por el estilo, aunque el resultado de las mismas es idéntico: dar preferencia a la población judía respecto a la población árabe.
Ello no implica que exista en Israel un racismo anti-árabe sino que el sionismo, como todo movimiento nacional, está influído por una actitud de “egoísmo colectivo” que tiende a promover la discriminación positiva del propio grupo nacional.
En los últimos años, los diversos gobiernos de Israel han actuado para lograr la reducción de las desigualdades entre israelíes judíos y árabes, habiéndose avanzado notablemente en el acceso de la minoría palestino-israelí a la educación universitaria, la administración pública, la policía, el sistema de salud pública y otras áreas de actuación del Estado. Asimismo, están en curso de ejecución políticas que permitan una mayor democratización en el acceso de los ciudadanos árabes a la propiedad y usufructo de tierras públicas, un sistema de distribución más equitativo de los presupuestos nacionales entre poblados árabes y judíos, así como la equiparación del sistema educativo de la población árabe al de la población judía.
Lógicamente, el proceso de democratización e igualitarismo en la relación del Estado hacia las minorías exige de parte de la población palestino-israelí una actitud de lealtad hacia el Estado y una voluntad de integración en la sociedad israelí, sin perder por ello la identidad cultural propia que caracteriza a dicha minoría.
El proceso destinado a lograr una integración creciente de la población árabe israelí requiere necesariamente reelaborar un nuevo tipo de discurso, tanto en el colectivo judío como en el palestino-israelí.
En el campo israelí es necesario suplantar un discurso patronizador, amenazante y deslegitimizador de las minorías. En el campo palestino es necesario recrear un discurso que esté basado en una actitud de lealtad, participación y responsabilidad hacia el Estado. En ambas colectividades nacionales es preciso dejar de estigmatizar al “otro” como parte de un discurso identitario que intenta crear límites para el colectivo propio de cada uno de los bandos.
Zeli Gurevitz, sociólogo y escritor, distingue en el discurso identitario una faz positiva destinada a crear un símbolo, un centro, un lugar, un límite que permita señalar aquello que está “adentro” y aquello que pertenece al “afuera”. En palabras de Gurevitz “el límite encierra toda identidad dentro de sus fronteras, le crea una línea de horizonte y le permite crear ‘un mundo’ en el cual yo soy yo y nosotros somos nosotros, y en consecuencia ellos son ellos”.
Según afirmara Hegel, una persona podrá desarrollar plenamente su identidad cuando la misma se confronte con otra identidad distinta de la propia. De ahí que el Estado de Israel no tiene otra opción, si desea aspirar a consolidar una identidad colectiva integradora en la cual participe toda la población del país, que abrir canales de diálogo entre todos los sectores que componen la sociedad en Israel. Abrir un diálogo que se base en un discurso de respeto mutuo y de reparto equitativo de derechos y también de obligaciones por parte de cada ciudadano hacia el país.