Rabbi Sherwin T. Wine

Ninguna concepción del judaismo puede ser abarcativa y completa si no tiene en cuenta el movimiento político que le dio surgimiento y realidad al Estado de Israel.

El sionismo es el movimiento judío más exitoso y dramático del siglo XX. Es también el más universal. La teología y los rituales han dividido siempre a los judíos pero la lealtad al Estado de Israel los une. Tanto religiosos como seculares se sienten confortables dentro del sionismo. Si bien el antisionismo fue en una época, una fuerza poderosa, dentro del judaísmo, sus devotos, si aún los hubiera, están condenados ahora a un rol periférico y de parias.

Las raíces del sionismo son a la vez antiguas y contemporáneas. A través de la historia judía, la Biblia, el Talmud, el Sidur y la literatura popular, preservaron en la memoria judía un territorio nacional. Los judíos, residiendo más en otros países que en la Tierra de Israel, se sintieron en el exilio. Llegaron a creer que en un futuro serían rescatados por un Mesías que los devolvería a su territorio patrio.

La fuente del sionismo moderno fue el sentimiento de nacionalidad que los judíos ashkenazíes occidentales experimentaron en Europa central y oriental. Unidos por la memoria popular y la lengua ídish, los judíos rusos y polacos nunca se sintieron ni rusos ni polacos. Se vieron a sí mismos como judíos nacionalistas con lengua y cultura propios.
Esta conciencia étnica se vio reforzada por el creciente poder del nacionalismo europeo. Alemanes, húngaros, ucranianos y rumanos comenzaron a sentirse cada vez más alemanes, húngaros, ucranianos y rumanos.

Uno de los recursos que usaron para lograr más solidaridad interna fue el enemigo externo. El antisemitismo transformó a los judíos en el enemigo nacional excluyéndolos, y de este modo llegaron a sentirse más judíos. Si los judíos eran verdaderamente una nación diferente, fue inevitable requerir su territorio propio como las demás naciones. La nostalgia y el deseo de tener raíces territoriales no admitía otra altemativa que Palestina.

El sionismo como ideología política tiene diferentes variantes. El sionismo burgués quiere que Israel sea un estado capilalista de libre empresa. El sionismo laborista prefiere un estado socialista en Israel donde los obreros tengan el control. El sionismo religioso quiere un estado gobernado por Dios donde la Torá sea la constitución.

No obstante estas diferencias, la mayoría sionista concuerda en estos diez principios:
1)    Los judíos son una nación. Son más que un grupo religioso, más que una fraternidad teológica, más que una entidad cultural. Los judíos son judíos del mismo modo que los franceses son franceses.
2)    Israel es la solución viable para la supervivencia del judaísmo. En una era cuando el ritual de la segregación es rechazado por la mayoría de los judíos, la segregación territorial es el único medio capaz de asegurar la integridad del grupo.
3)    Para cada judío su identidad primaria es la judía. Si acepta esto, su primera tarea será asegurar la supervivencia comunitaria judía. La aliá –inmigración a Israel– es el primer precepto.
4)    Cada nación, incluyendo la judía, necesita su propio territorio único que le permita cultivar su propia lengua, sus propias costumbres y ser dueño de su propio destino.
5)    En los últimos 2000 años los judíos vivieron en la mayor anormalidad. Hasta 1948 fueron una nación sin territorio. Su situación se normalizará nuevamente cuando su mayoría retorne a su propia patria.
6)    Israel es la única patria posible. La personalidad de una nación no puede ser separada de sus recuerdos, ni del territorio de donde proceden.
7)    El hebreo es el idioma nacional del pueblo judío. Sus otros idiomas revelaron ser demasiado parroquiales. Un lenguaje único es el lazo cultural tanto para los judíos religiosos como seculares.
8)    La emigración judía hacia Israel constituye para el pueblo judío una vía más virtuosa que permanecer en la diáspora. Si los judíos rehúsan establecerse en Israel no habrá un estado judío viable. Una vida en el Estado judío es cualitativamente mejor que una vida en el seno de una nación gentil.
9)    El establecimiento de un Estado judío va a reducir el antisemitismo. Si las demás naciones los ven como miembros de una nación normal, no les temerán más. Si los judíos abandonan los países donde despiertan hostilidad, los antisemitas tendrán que encontrar otros «chivos emisarios» para cebar en ellos su odio y envidia.
10)    Los judíos que sigan en la diáspora se asimilarán finalmente en su mayoría, a la cultura de las naciones anfitrionas. En una moderna cultura urbana, industrial y secular, la asimilación es una noción gradual de patriotismo. Los judíos pueden permanecer como tales solamente donde su patriotismo pueda permitirles ser judíos.

¿Cuál es la postura del Judaismo Humanista ante estos principios?
Acepta el hecho de que los judíos constituyen una nación. Establece una distinción como todos los sionistas, entre ciudadanía y nacionalidad. Debido al temor que inspira una afirmación de esta naturaleza, en tanto que algunos gobiernos modernos pueden interpretarlo como un acto de doble lealtad, la palabra pueblo suele ser sustituida por nación pero en esencia es lo mismo.

El judío humanista concuerda con el hecho de que en el pasado, para pertenecer a una nación se requería un territorio, pero en la era industrial y tecnológica actual, tal requerimiento ha perdido su vigencia. En la actualidad el tiempo que requiere un vuelo de Nueva York a Tel Aviv es mucho menor que el que necesitaba el viajero hace un siglo para llegar, con su burro, de Iafo a Jerusalem. En tiempos pasados el aislamiento de una nación en su territorio implicaba simultáneamente segregación y asimilación a la cultura anfitriona. En tiempos modernos la escritura y los medios de comunicación y transporte han permitido a las naciones dispersas preservar sus sentimiento de comunidad. Los griegos, los armenios y los irlandeses saben tanto sobre ésto como los judíos.

El judaísmo humanista reconoce el hecho de que mucha gente consideraba la existencia de los judíos como un fenómeno anormal y peculiar porque carecían de un territorio propio como base nacional. Pero lo que fue en un tiempo anormal para el judaísmo, se transforma ahora en humanamente normal. En la era de intensa movilidad laboral una nación internacional ya no es más un hecho bizarro, es una vanguardia. Naciones territoriales se han transformado en estados territoriales. Un estado territorial es una entidad política donde gente de diferentes nacionalidades deben compartir un mismo territorio. Las conexiones entre sus habitantes son económicas y geográficas más que étnicas. Los EE.UU. no son más una nación anglosajona. Ejemplos similares hallaremos en Europa, Asia y África. En Israel una tercera parte de la población es árabe.
El Judaísmo Humanista reconoce en Israel la patria del judaísmo. En tanto que madre patria de la nación judía, es el centro apropiado de esta corporación que es el judaísmo. Los vínculos y la memoria con el pasado no pueden ser manipulados. Las naciones generan su poder y sus vínculos a través de largos períodos en el tiempo. Nueva York tiene más judíos que Jerusalem, pero Jerusalem incluye los ejércitos de sus muertos fieles, no sólo los ejércitos de su pueblo actual, vivo. El Judaísmo Humanista valora la lengua hebrea. Cada comunidad étnica cultiva y protege su propio lenguaje. El mayor de los logros sionistas fue el renacimiento de la lengua hebrea para ser hoy la lengua viva de sus masas. El hebreo, al no ser un idioma internacional, requiere para su supervivencia un territorio especial, en el cual la mayoría de sus habitantes pueda usarlo para sus necesidades diarias. Una de las mayores razones para la preservación del Estado de Israel es el mantenimiento de la cultura hebreo-parlante. Con Israel como centro del hebreo, la lengua se hace asequible para la comunidad judía mundial como recurso básico para su expresión comunitaria.

En la actualidad el pequeño Estado de Israel necesita mucho, para la supervivencia del judaísmo y para su propia seguridad, del éxito y del apoyo de la diáspora. El Judaismo Humanista no cree que la vida en la diáspora signifique necesariamente la asimilación. Las comunidades judías no viven aisladas unas de otras, mantienen entre sí contactos estrechos y efectivos con su central en Israel; tal como lo demuestran los hechos, la autoconciencia se ha incrementado. Más aún, es claro que todas las naciones, aún las más grandes territorialmente, se están asimilando a una nueva cultura universal. Tal cultura es la de la ciencia y la técnica que ha secularizado la mayor parte de nuestro planeta, creando estilos y métodos de trabajo, valores humanos y productos compartidos.

En los últimos 20 años, los judíos orientales en Israel se han asimilado mucho más que los de Nueva York. En el futuro, las diferencias entre las naciones se irán reduciendo por la cultura compartida. Desde un punto de vista humanista estos lazos entre los pueblos son buenos y positivos.

El judío humanista está bien alerta al hecho de que ningún estado pequeño es dueño de su propio destino. Incluso poderosos estados como los de Estados Unidos son tremendamente dependientes de recursos externos. El destino de los judíos en Israel no puede ser separado del de sus hermanos de América. La clave de la continuidad judía sigue siendo la misma que antes del sionismo. Los judíos podrán seguir dispersos pero la destrucción de una comunidad no aparejaría la de todas las otras.

El Judaismo Humanista se afirma en los valores de la identidad judía y trabaja para expresarlos en el marco de su propia comunidad y busca afirmar su identidad en lodos los valores humanos. Una sana comunidad podrá desarrollarse sólo si se ve a sí misma parte de una comunidad humana mayor, con sus propias comunidades y demandas. Sin estos ideales trascendentes, el sionismo sería sólo chauvinismo. Judíos y árabes deberán aprender a compartir el territorio si tienen suficiente visión para ir más allá de sus identidades nacionales, para abarcar y compartir valores humanos.

El Judaismo Humanista y el sionismo histórico comparten convicciones importantes y los valores de la nacionalidad judía y de la cultura hebrea. El Judaismo Humanista encuentra sus valores en la realidad del pueblo judío como una nación internacional aún y en Israel como la patria cultural de un pueblo que sigue perteneciendo todavía a todo el planeta.

 

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