Iaacov Rabi

Conversaba en estos dias con un conocido intelectual acerca de la incomprensión que, a mi juicio, produce la cultura judía laica. Hay entre nosotros, judíos portadores de una vasta cultura y profundamente laicos o agnósticos por sentimiento o concepción, sin que esos elementos lleguen a vincularse entre sí: no pueden lograr una relación orgánica entre el fundamento judio de su realidad y la base humanista y universal.

Mi interlocutor pretendió disentir con mis apreciaciones y, de hecho, no hizo más que corroborarlas. “¿Qué pretende Ud.? –afirmó– si cuentistas excelentes como A. B. Ieoshúa, Amós Oz, Itzjak Orpaz, se ocupan en su creación de las tribulaciones existenciales de los judíos israelíes que son nuestros coetáneos, estamos frente a una cultura judía y laica, ¡no cabe sino felicitarnos por su existencia!”. Otro colega, que se incorporó a nuestra conversación, aseveró su afirmación. Si un periódico literario dedica sus páginas a poetas judíos proletarios de comienzos del siglo, se trata nuevamente, y por consenso general, de una cultura judía laica.

Sí, ése es el consenso general, no puedo negarlos. Pero la prosa israelí de la década del ’70 y del ’80, así como la poesía proletaria de hace tres o cuatro generaciones, no pueden llenar todo el espacio de un judaísmo de alternativa, emplazado como una cuña contra el judaísmo religioso, creyente y tradicionalista. Queda aún una enorme brecha que debe ser cubierta. La cultura religiosa presenta a sus conocedores un enorme caudal de tesoros ocultos, intelectuales, vivenciales, conceptuales; se jacta no sólo de nutrir el alma del judío el sábado y los días de celebración, sino de reconfortar el alma cansada y torturada de los seis días hábiles. Y, por sobre todo, los tres mil años de historia judía conforman una rica cultura con la que pocas pueden compararse en la historia de la humanidad.

Es imprescindible que el sector laico, que representa la gran mayoría del pueblo que habita en Israel o está disperso en el mundo (en la medida en que la asimilación no lo vaya diezmando aceleradamente) establezca su relación con esa cultura religiosa y descienda a sus raíces, para lograr su dominio consciente y civilizador. No es posible que la continuidad cultural de miles de años se vea interrumpida por un signo laico, o que se reduzca (desde el punto de vista de su carácter judío) a una tenue relación capaz de ser trastornada por cualquier leve brisa.

¿Qué es lo que implicaría establecer una relación, descender a los bienes de esa cultura? Tal vez se imponga la utilización del término “diferenciar”, afirmando que ese proceso de concientización del acervo al que me refiero puede tomar ejemplo de la Europa moderna y, aún antes, de la Europa cristiana del renacimiento o, anteriormente aún, de la de la Edad Media, de su relación hacia la tradición clásica, grecorromana y pagana, en la literatura y el arte, la filosofía y la ciencia.

Ciertamente, el proceso de concientización de la tradición judía clásica impone la confección de una platafor׳ma y, en la hora presente, no hay quien la confeccione, al plantarse contra la tradición, la mayoría de los laicos de Israel, incluidos los intelectuales que se alistan entre ellos, adolecen de cierta carencia de elementos o de errores sensoriales. A veces su enfoque es minimalista: por ejemplo, hablamos de la literatura israelí que, con todos sus logros, aún se halla en la etapa de abrirse camino, aunque pretenda cubrir todo el cuadro que se denomina “la cultura judía laica”.

Artificialidad y superficialidad

A veces el enfoque es simétrico. Vale decir, que cualquiera de los elementos de la cultura tradicional, puede que tenga su “paralelo” en la cultura laica. Si ellos creen en un “Señor del mundo”, en un “Dios Creador y todopoderoso», en una formación primigenia: nosotros también poseemos nuestra propia creencia: en la formación autónoma del género humano, en la superioridad del hombre sobre la bestia. Pero, forzosamente, se plantea el interrogante de qué puede agregar o quitar la fe, ya sea su objeto velado y oculto, o bien se trate de una persona de carne y hueso, de un simple mortal. ¿Es que la fe puede salvarnos de los horrores nucleares y del genocidio? Tal vez en este campo quepa darnos por satisfechos con lo que poseemos y en lugar de volcarnos exclusivamente en la fe en el hombre, en una categoría esencialmente mística, debamos bregar por el mejoramiento del hombre, en tanto individuo y en tanto sociedad.

El enfoque simétrico encuentra su expresión, entre otras cossa, en la emulación de costumbres, tradiciones y ceremonias festivas, en su transferencia de la vivencia religiosa a las conductas laicas, sin los flecos del manto ritual, sin los cabezales de las filacterias, sin el solideo, sin la bendición (o con una bendición neutralizada en la que se ha borrado el nombre de Dios). En muchas oportunidades, la artificialidad y la superficialidad se asoman en esas imitaciones ceremoniales. Creo que formas y contenidos festivos nuevos y originales, serán mejores, más sinceros y convincentes que cualquier reflejo laico de modelos festivos religiosos.

Hay otro enfoque que busca adeptos en el sector de los judíos que no siguen los preceptos de la religión: yo lo llamaría enfoque moral. Se nos dice: ¿cuál es la verdad del judaísmo? ¿Las treinta y nueve prohibiciones de actividades del día sábado? ¿La purificación del alimento? ¿Lo que se da en llamar la pureza de la familia? ¿O el precepto de No asesinarás? Y la respuesta es, lógicamente, “no asesinarás”. Por supuesto eso es lo que nos dicta nuestro sentido como personas de concepciones libres, pero dudo que esa sea realmente “la verdad del judaísmo”, por cuanto el judaísmo religioso considera con igual gravedad las prohibiciones del derramamicnto de sangre, el culto pagano y el descubrimiento de las partes íntimas. Para cumplir con el precepto de “no asesinarás” como el más importante de los imperativos, tal vez no se requiera la sanción del judaísmo: basta con que nos amparemos en la sanción humanista y universalista.

De retorno al rabeyismo

Otro enfoque aún, quizás el más difícil de todos, es el que preconiza el retorno a los estudios rabínicos. Judíos, laicos cándidos, de buenas intenciones, se abocan al estudio de la tradición judía a través de estudios religiosos, según enseñanzas de maestros ortodoxos. Algunos de mis amigos, cuya libertad de espíritu no pongo en duda, eligeron a un rabino ortodoxo para que les impartiera clases sobre algunos de los libros de la Biblia hebrea. Un kibutz veterano del Hashomer Hatzair contrató a un maestro religioso para estudiar páginas del bagaje religioso. ¿Y cuál es el peligro? ¿Que esos alumnos se “desbarranquen», que retornen al seno de la religión? A mi juicio, el riesgo es otro: que los corpúsculos de Torá que los discípulos laicos adquieran de sus instructores religiosas no responden a la verdad científica ni a la filología histórica. No es casual que todas las interpretaciones y la exégesis que se publican en Israel en los últimos años, tanto por editoriales religiosas o generales, sean explicaciones tradicionales. Y, obviamente, las nuevas ediciones del Talmud, incluso las mejores de ellas, que cuentan con cierto esquema critico, son obra de estudiosos religiosos. Pareciera que los investigadores laicos no se atreven ya a medirse en este terreno.

Lentamente, las diferentes secciones de la cultura judía de las generaciones precedentes, la Biblia, la Torá oral, el pensamiento filosófico, la interpretación de las fuentes, la legislativa, las leyes hebreas e incluso lo que podría denominarse como literatura pura, vale decir la lírica y la poesía de la Edad Media, se convierte en monopolio de investigadores ortodoxos (aunque no sean forzosamente ortodoxos fanáticos). Por cierto que hay todavía excepciones de importancia: la historia judía y principalmente la de las últimas generaciones (la historia del sionismo y de la población de Eretz Israel, la historia del socialismo judío, la investigación del Holocausto, el conocimiento de las dispersiones), y asimismo, el estudio de la nueva literatura hebrea, la filologia hebrea y, por último, un elemento de suma importancia, la ciencia esotérica, que pareciera ser una disciplina típicamente tradicional (cuya redención científica no religiosa debe ser atribuida, sin lugar a dudas a la gigantesca obra del profesor Guershom Sholem, recientemente desaparecido, y a su escuela). Todas estas materias de importancia aún se encuentran fuera del dominio exclusivo de la investigación tradicionalista y son dirigidas principalmente por estudiosos laicos.

El contacto de la inspiración

Pero lo que hemos enunciado acerca de la narrativa israelí actual, tiene también vigencia respecto a las ciencias judaicas, aún cuando lleven un sello modernista, no religioso y nada tradicional: no alcanzan a llenar el espacio de una cultura judía laica. A los efectos de que se dé una continuidad cultural creativa indisoluble, hay que asegurar condiciones para la identificación de nuestros coetáneos con la plenitud de la vivencia israelí que cuenta con miles de años de antigüedad. Esa vivencia está poblada de héroes y antihéroes, hombres y mujeres y está colmada de situaciones dramáticas. Sólo que todo ello es como un peso muerto, una materia que no nos emociona, por cuanto aún no se ha plasmado artística ni estéticamente. ¡Ojalá contáramos con una literatura épica, con novelas históricas! La nueva literatura israelí nos dio Un rey de carne y hueso de Moshé Shamir: un comienzo didáctico, pero promisorio.

Aquí terminó todo

¿Qué sucede? ¿La moda literaria no tiende hacia las odiseas y las novelas históricas? Nosotros no vivimos a los sones de las modas pasajeras. El modelamiento artístico del pasado judío: la recreación literaria del pasado se necesita hoy como el aire que respiramos. Nuestra generación nos ha dado el ejemplo de grandes escritores que bregaron contra la moda y triunfaron. Thomas Mann, por ejemplo, con su José y sus hermanos. O Mary Renau, la escritora inglesa que reside en Sudáfrica, cuyos personajes Teseo y Alejandro Magno y sus acompañantes, pueblan sus maravillosos cuentos de la Grecia antigua. ¿Y quién más grande para nosotros que Agnón? ¿Se dedicó Agnón a descifrar el mundo judío antiguo, protomoderno, a través de una identificación ideológica porque fue, especialmente en sus últimos años, un judío creyente? Jamás lo sabremos, pero tendemos a responder negativamente. Agnón no glorificó al judaísmo de la Torá y de la fe. Pero su genio plasmó artísticamente, legándolo como una exaltación a generaciones de lectores. Y, tal como lo manifestó Guershom Sholem: Agnón lo logró por cuanto tomó el mundo de la tradición como un medio para la creación.
Agnón no dejó herederos, ni siquiera en la categoría de epígonos y tal vez no debamos lamentarlo. Su vena era única, exlcusiva, irrepetible. Pero ojalá logremos la aparición de escritores que no imiten su estilo, pero que sí sepan tomar diferentes elementos del pasado judio como medio para plasmarlos artísticamente.

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