Zeev Katz

En línea con la consabida tradición judía, responderé con una pregunta: ¿Puede haber un judaísmo: —incluso humanista— sin Torá?
La Torá ha sido la parte más reverenciada de las Sagradas Escrituras, por lo menos durante 28 siglos: ha sido el corazón de las creencias judaicas de nuestros ancestros por generaciones. Es un tesoro de antiguas leyes, costumbres, mitos, poesías, filosofías, moral e historia judía. También incluye textos que son, para nuestra mente y moral moderna: objetables, inmorales, imposibles. La crítica bíblica moderna ha borrado ampliamente la idea de que la Torá fue dada directamente por Dios a Moisés. Aparenta ser, más bien, una colección de antiguos materiales de diversas fechas y autores. ¿Deberíamos entonces rechazarla como no válida y carente de importancia para nosotros como judíos modernos? Una cultura, un nuevo sistema de creencias, una reinterpretación de lo antiguo ¿puede ser construído sobre una tábula rasa y ex nihilo?
El judaísmo humanista no está aquí para descartar los grandes tesoros del judaísmo tradicional. Está aquí para salvarlos para el hombre moderno. La Torá es la parte central de este tesoro. Por eso, la Torá debe ocupar una parte central también en el judaísmo humanista.
Sin embargo, la actitud del judío humanista hacia la Torá es fundamentalmente distinta de la del creyente ortodoxo y de la mayoría de los conservadores y reformistas. Cuando decimos que consideramos la Torá como una herencia sagrada de nuestro pueblo y nuestro sistema de creencias, no queremos decir que haya sido entregada por un poder sobrenatural. Por el contrario, creemos en su santidad precisamente porque es una creación de grandes hombres inspirados, nuestros ancestros. Cuando afirmamos que creemos en la Torá, no queremos decir que cada palabra de ella sea obligatoria sin lugar a dudas. Por el contrario, creemos en esas porciones de la Torá que, luego de muchos cuestionamientos, encuentran apoyo en la razón y en nuestra moral. Y rechazamos aquellas partes que no pasan la prueba de tal indagación.
A pesar de que los ortodoxos afirman que cada palabra de la Torá es válida, en los hechos practican sólo una cierta fracción de ella, de acuerdo con las reglas e interpretaciones de autoridades y sabios reconocidos. En este sentido, no hay demasiada diferencia entre el procedimiento propuesto arriba por el judaísmo humanista y el aplicado en la práctica por los ortodoxos.
Como es bien sabido, no hay evidencias sólidas sobre las verdades de muchas de las narraciones de la historia judía presentadas en la Torá. Sólo algunos fragmentos indirectos pueden ser interpretados y confirmados.
En la historia, sin embargo, no sólo lo que ha pasado es importante, sino también lo que ha sido considerado como sucedido. El judaísmo es una religión intensamente histórica. Es apenas plausible que todos esos motivos históricos tan profundamente fijados de generación en generación, no hayan tenido ningún núcleo verdadero. En todo caso, y hasta que se consigan pruebas de lo contrario, éste es el registro histórico impreso en la conciencia del pueblo judío y de la humanidad.
Además, incluso si uno asume que es mayoritario o enteramente un mito, no podemos descartar la Torá como carente de validez. Los mitos tienen un sentido muy significativo. Reflejan las ideas, metas, autoimágenes y normas básicas de sus creadores.
Por ejemplo, los diferentes grupos que formaban el antiguo pueblo de Israel están presentados en la Torá como doce tribus descendientes de un padre, Jacob (Israel). En la antigua conciencia tribal, esto significaba que todos los israelitas eran hermanos. En la cuna de su nacionalidad yace la historia sobre haber sido primero un pueblo esclavo. Su éxodo de Egipto puede ser considerado como un registro de uno de los primeros casos en la historia de un exitoso movimiento de liberación nacional.
La Torá es parte del tesoro de nuestra tradición siempre que sea interpretada en forma creativa y humanista.
Un judío humanista puede encontrar una gran riqueza de positivas ideas morales y humanistas incluso dentro de lo que exteriormente parece una mitología bastante primitiva.
¿Qué fue lo primero que Dios creó de acuerdo a la Torá? «Dios dijo: Que se haga la luz; y se hizo la luz» (Gen. 1:3). Además, «Y Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas» (Ibid. 4). El mundo y el hombre siempre igualarán la luz a lo bueno, el progreso, la ilustración. Por otra parte, la misma creación de la luz fue la conquista de la oscuridad que, como lo dice el versículo 2, ya existía antes que la luz. Así que toda la historia de la creación y el progreso es el registro de la luz superando a las tinieblas. De acuerdo a la Kabalá, destellos de la luz divina creada inicialmente, se han dispersado por todo el universo (incluyendo las almas de los seres humanos). Cuando todos estos destellos sean nuevamente «reunidos» — por medio de la fe y las obras de caridad— la hora de la liberación llegará. ¿Y no ha aspirado el pueblo judío, desde los tiempos antiguos hasta hoy, llegar a ser «una luz para el mundo»?
De acuerdo con la Torá, «Dios creó al hombre a su propia imagen;…» (Gen. 1:27). Toda la humanidad, todas las razas, tribus y pueblos, se remontan a un solo y único antecesor común. ¡Qué declaración en apoyo de la unidad fundamental de la humanidad y de la igualdad de los hombres, aunque sea mitológica!
En realidad es al revés, el hombre crea a Dios de acuerdo a su propia imagen de lo que un hombre ideal debe ser. Si tomamos la imagen positiva de Dios presentada en la Biblia como un Dios de justicia y compasión, el Dios que manda, «Ama a tu prójimo» ¿no es ésta una hermosa proyección de las mejores potencialidades del hombre sobre la imagen del ser supremo?
¿Cuál es el primer acto del hombre luego de su creación? Se rebela contra Dios. Este acto, que fue por tanto tiempo presentado como la caída y el pecado original del hombre, ¿no expresa en forma suprema una de las grandes fuerzas en el hombre: independencia de espíritu para desafiar incluso a su creador y correr riesgos para poder perfeccionarse? Porque ¿qué era lo que el hombre quería conseguir? «El conocimiento del bien y el mal». En otras palabras, el conocimiento moral. Ahora ¿qué sería el hombre sin este conocimiento, para el logro del cual se rebeló exitosamente contra Dios?
Muchas de las historias de la Biblia tienen estas grandes ideas «escondidas». Tomemos la historia de la Torre de Babel: nuevamente un mito sobre la rebelión de un hombre contra el cielo y su ambición de alcanzarlo. Una vez que perdieron su lenguaje común, los seres humanos se dispersaron por toda la tierra. La lección es que cuando la humanidad está unida y habla «un lenguaje», puede desafiar exitosamente hasta a Dios mismo; es capaz de alcanzar metas que de otra forma son imposibles.
El mito de la destrucción de Sodoma y Gomorra es probablemente el eco de algún antiguo y catastrófico gran rompimiento de la corteza terrestre. Pero escondida dentro está una de las mayores historias morales de la literatura universal. Es la historia de Abraham desafiando al mismo Dios (Gen. cap. 18): «¿El juez de toda la tierra no hará justicia?… ¿Destruirás al justo con el malvado?» Luego regatea con Dios, quien finalmente acepta salvar a Sodoma si pueden ser encontrados ahí hasta cinco hombres honestos (lamentablemente, no los hubo). De ahí la gran idea de nuestros sabios de que el mundo entero existe y no es destruído, gracias al proverbial «Lamed Vav Tzadikim» (36 hombres justos). La humanidad sobrevive porque hay algunos hombres verdaderamente morales dentro de ella, aunque sean una pequeña minoría.
El método aplicado arriba puede relacionarse con la sucesión de los Diez Mandamientos. La investigación científica ha demostrado que los códigos de conducta moral fueron formulados en muchas culturas y sistemas de creencias. Sólo en el antiguo Oriente, había unos cuantos de esos códigos, que precedieron al decálogo bíblico. A primera vista, uno puede concluir que para el hombre moderno sólo los últimos cinco de los Mandamientos son importantes. Estos se refieren a cuestiones como «No asesinarás», «Honra a tu padre y a tu madre», y «No levantarás falso testimonio contra tu prójimo». Sin embargo, uno puede encontrar cierta importancia incluso en aquellos mandamientos que no parecen aplicables en nuestros dias. «No tallarás ningún ídolo… No te arrodillarás frente a ellos ni los servirás». En este siglo XX, ¿no ha visto la humanidad muchos «ídolos tallados» frente a los cuales millones de personas se inclinaban en adoración, sólo para descubrir que el ídolo era falso y que los incontables sacrificios y sufrimientos eran todos en vano?
Los judíos humanistas deberían realmente hacer del estudio de la Torá uno de sus mayores intereses. Es nuestra tradición y tesoro siempre que sea humanista y creativamente interpretada. Las historias bíblicas deberían ser impartidas a los niños como un elemento integral de su educación judía humanista. Pasajes de la Torá pueden ser leídos en reuniones y servicios de grupos y congregaciones humanistas y adecuadamente interpretados en forma temática.
Sin estudiar la Torá, el judaísmo humanista experimentará un gran vacío que lo despojará de sus raíces y de su vitalidad. Haciéndolo,  se volverá más significativo y más fuerte, y estará más alineado con el espíritu interno del pueblo judío durante muchos años.

Síguenos:               spotify