Rabino Mani Gal (Imanuel ben Iosef)

Ya no tenía esperanzas de ver tu rostro y he aquí que Dios me muestra también a tus hijos. Bereshit 48:11

Iaakov yace en su lecho de muerte. Iosef viene a visitarlo junto con sus dos hijos, Menashé y Efraim, que nacieron en Egipto a Iosef y a su esposa Asenat, la egipcia. Estos hijos crecieron en la casa del virrey del Faraón y, aparentemente, fueron educados en el seno de la cultura egipcia. El encuentro de Iosef con su familia trae, además de un torbellino dramático de emociones, también un encuentro significativo de Menashé y Efraim con las raíces culturales de Iosef, en el seno de la familia hebrea elegida. Al traer Iosef a sus hijos a su abuelo hebreo Iaakov, los confronta de un modo íntimo también con sus raíces. Éste es el «otro» abuelo, que arribó a Egipto en el ocaso de su vida y que, seguramente, no desea insertarse en la sociedad egipcia, como muchos de nuestros antepasados o sus ancestros, que tuvieron dificultades en aclimatarse a los nuevos países a los que emigraron en forma automática.

El versículo que aparece en el título es la expresión emocionada de un anciano, que sufrió un doble duelo y tuvo serios remordimientos de conciencia. En el ocaso de su vida, su hijo perdido reaparece, como hombre adulto, con una posición encumbrada. Iaakov dice que había perdido la esperanza de ver a Iosef, ya que creyó al terrible embuste de sus otros hijos, y estuvo de duelo por él durante largo tiempo. Pero no sólo Iosef retornó sino también sus hijos, los primeros nietos de su querida esposa Rajel, están frente a él. Y Iakov decide darles la bendición del patriarca que está por fallecer, bendición que es también una profecía y un testamento, aún antes de dar su bendición a sus propios hijos. Con este acto espontáneo, devuelve Iaakov al seno del clan a su hijo el noble y a su familia, y al destino de su pueblo.

Bereshit 49:28 Estas son las doce tribus de Israel y eso fue lo que les dijo su padre al bendecirlas. A cada cual bendijo según sus merecimientos. (29) Y les encomendó: «Yo he de reunirme con mi pueblo. Sepultadme con mis padres en el campo de Efrón el jitita, (30) en la cueva que está en el campo de Majpelá situado frente a Mamré, en la tierra de Canaán, que Abraham le compró a Efrón el jitita como lugar de sepultura. (31) Allí fueron sepultados Abraham y Sará su mujer, allí fueron sepultados Itzjak y Rivká su mujer y allí sepulté a Leá. (32) El campo y la cueva que está en él eran de los hijos de Jet». (33) Cuando terminó Iaakov de impartir sus instrucciones a sus hijos, recogió sus piernas a su lecho, expiró y se reunió con sus antepasados.

El capítulo siguiente narra que Iosef hizo embalsamar el cuerpo de su padre y tras solicitar la aprobación del Faraón, todo el clan acompañó a Iaakov a la tierra de Canaán:
(51: 12) Así sus hijos cumplieron con lo que él les había encomendado; (13) lo llevaron a la tierra de Canaán y lo sepultaron en la cueva del campo de Majpelá que Abraham compró con el campo circundante a Efrón el jitita para tenerlo como lugar de sepultura frente a Mamré.

El rabino Shimshon Refael Hirsch (1808-1888) escribió en su interpretación de esta narración: «Iaakov vivió 17 años en Egipto. Seguramente vio cuánta fuerza tiene el «arraigo al lugar» y la gran influencia que tuvo sobre sus hijos. Ya habían comenzado a cambiar en sus mitos al Jordán por el Nilo, y habían cesado de ver en su estancia en Egipto un Galut (diáspora o destierro). Iaakov tuvo suficientes razones para demandar a sus hijos con gran solemnidad que no lo sepultasen en Egipto sino que lo trasladasen a su antigua y verdadera patria.»

En relación a esta parashá escribió el rabino Dr. Beni Lau:
«Los hijos de Iosef que nacieron antes del reencuentro con Iaakov, crecieron como completos egipcios. Su padre era el virrey, su abuelo egipcio era uno de los sacerdotes de Egipto, y ellos fueron educados en la élite egipcia. Ninguna nube rondaba sus cabezas. Su identidad real era perfecta. Repentinamente aconteció una crisis en su familia. Su abuelo cananeo llegó con toda su familia. Para los egipcios los pastores eran abominables. ¡Qué vergüenza! Trataron de mantener una distancia prudencial y evitar visitas.
Alguien informa a Iosef que su padre está agonizando. Ésta es la última oportunidad. Iosef toma a sus dos jovencitos del College y viaja a la tierra de Goshen. Iaakov, el anciano padre, ve ante sí a dos príncipes egipcios, Menashé y Efraim y de su boca sale una exclamación de sorpresa: ¿Quiénes son? ¿Qué relación tienen conmigo? Iosef le responde con tranquilidad pero con determinación: «¡Éstos son mis hijos que me otorgó Dios en esta tierra!» (48:9). Papá, ésta es la realidad. El Dios que te bendijo en Canaán me condujo a este lugar y éstos son mis hijos, tus nietos. Iaakov recapacita y le pide a Iosef: «Tráemelos por favor, para que los bendiga» (48:9). Deposita sus manos sobre sus cabezas y los bendice con una bendición de amor:«El ángel que me salvó de todo perjuicio, bendecirá a estos jovencitos y les dará mi nombre y el de mis antepasados» (48:16).
Desde ese momento y hasta el final de todas las generaciones colocarán los padres sus manos sobre las cabezas de sus hijos y nietos y recordarán este relato: «Que Dios te haga como a Efraim y Menashé» (48:20). No importa cuán lejos lleguen los jóvenes – estarán unidos a mi nombre y al nombre de mis antepasados, y mis manos no se apartarán de sus cabezas.»

Shabat shalom.

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