Rabina Orit Shitrit

La parashá de esta semana, Vaieshev, se lee generalmente en el Shabat previo a la festividad de Januká y la Haftará que le corresponde es Amos 2:6 – 3:8.

En la novena parashá del libro Bereshit, un nuevo héroe hace su aparición – Iosef. La parashá describe su historia: sus sueños, el odio de sus hermanos hacia él, el momento en el lo arrojan al pozo, su salvación, su traslado a Egipto y la trama en la casa de Potifar y con

la esposa de éste, su nuevo descenso al pozo – esta vez la cárcel y su encuentro con los ministros de gobierno encargados del abastecimiento del palacio del Faraón.
El devenir de la historia de Iosef, es interrumpido abruptamente en el capítulo 30:8 con la historia de Iehudá y Tamar. Iehudá es hijo de Lea y Iaakov, y sus tres hermanos mayores perdieron el derecho a la primogenitura: Reuvén, el mayor, porque se acostó con la concubina de su padre – Bilha. Shimón y Leví fueron apartados de su rol por su acción de venganza con la gente del pueblo de Shjem, quedando así Iehudá como primero e

n la descendencia.
Lo poco que sabemos  de Iehudá es en base a lo relatado en el capítulo 37, de cuando arrojan a Iosef al pozo para deshacerse de él. Allí, su hermano mayor Iehudá es presentado como muy influyente sobre el resto de sus hermanos y piadoso, a pesar del odio común de todos los hermanos por Iosef : «Y viero

n sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos; por eso lo odiaban y no podían hablarle amistosamente. Y Iosef tuvo un sueño y cuando lo contó a sus hermanos, ellos lo odiaron aún más» (37:4-5)
Su tremendo odio los perturba enormemente, hasta que juntos deciden castigar a Iosef y arrojarlo al pozo. Pero Iehudá los convence de hacer algo distinto: Y Iehudá dijo a sus hermanos: ¿Qué ganaremos con matar a nuestro hermano y ocultar su sangre? Venid, vendámoslo a los ismaelitas y no pongamos las manos sobre él, pues es nuestro hermano, carne nuestra. Y sus hermanos le hicieron caso. (37:26-27)

Inmediatamente después de que los hermanos cuentan de la muerte del hijo amado a su desconsolado padre Iaakov, Iehudá abandona a su familia porque entiende que su padre prefiere a su hijo menor antes que a él, a pesar de que legalmente la herencia le pertenece a él. Iehudá elige alejarse física y espiritualmente de su familia: «Sucedió por aquel tiempo que Iehudá se separó de sus hermanos, y se relacionó con un adulamita llamado Jira. Allí vio Iehudá a la hija de un cananeo llamado Súa; la tomó, y la poseyó.» (38:1-2)
Iehudá toma una mujer cananita, a pesar de que su abuelo Avraham había prohibido tomar  mujeres del lugar. Este acto representaría simbólicamente su desconexión espiritual – el abandono de los valores familiares.
Con dicha mujer cananea (de nombre desconocido) Iehudá tuvo tres hijos varones. Al primero lo llamaron Er, al segundo su esposa lo llama Onán y al tercero lo llamó Shela. Nombres complicados para los pequeños.
Algunos años más tarde, elige Iehudá a Tamar por esposa (interesante por qué es él el que la elige…¿quizá porque la quería para sí mismo?) para su hijo mayor Er. Y como Er era malvado a los ojos de Dios, lo hace morir. Onán (el siguiente en la línea familiar que tiene que hacerse cargo de la esposa de su hermano fallecido y procrear un hijo como descendiente de su hermano) no estaba interesado en tener hijos con Tamar: «Onán, considerando que la simiente no sería suya, cada vez que se unía a la mujer de su hermano muerto eyaculaba a tierra a fin de no dar simiente a su hermano» (38:9). Por esta grave falta, Dios castiga también a él con la muerte. Iehudá teme a Tamar – mujer fatal, y la envía a vivir a la casa de su padre hasta que (aparentemente) su hijo menor crezca, cuando en realidad no tiene ninguna intención que Tamar se case con él para: «…que no muera él también como sus hermanos» (38:11).
Tamar, que inteligentemente entiende que Iehudá quiere evitar que tenga descendencia con su hijo menor, trama una astuta maniobra, se disfraza de prostituta y «roba» el semen de Iehudá, sin que éste repare en que ella es su nuera. A cambio de los ‘servicios prestados’ Iehudá le promete pagarle con un cabrito, y hasta entonces Tamar se queda, como garantía, con algunos objetos valiosos de su suegro que promete devolver una vez recibido el pago concertado.
Tamar desaparece de la escena y por ello Iehudá no puede pagarle con el cabrito prometido y los preciados objetos de Iehudá quedan con ella.
En la siguiente escena tres meses después, el relator nos cuenta que Iehudá  se entera que su nuera, que tendría que haber esperado a su hijo menor, está embarazada. El la quiere castigar con la hoguera por su acto de promiscuidad y en el momento culminante, Tamar le presenta los objetos con que se había quedado de él: «Aconteció que cuando la llevaban, ella envió a decir a su suegro: del hombre a quien pertenecen estas cosas estoy encinta. Y añadió: Te ruego que examines y veas de quién es este sello, este cordón y este cayado» (38:25). Iehudá se da cuenta de la falta cometida y de la jugada que le hizo Tamar y le dice «Es más justa que yo, porque no la di por mujer a Shela mi hijo» (38:26). Del embarazo de Tamar y Iehudá nacen Péretz y Zéraj, antepasados de la tribu de Iehuda.
Cabe aquí preguntarnos: ¿Por qué en medio de la historia de Iosef, el relato es cortadoy se centra en detalle en lo que ocurre entre Iehudá y Tamar?
En la lucha por la primogenitura y por ser «el elegido» entre Iosef y Iehudá, está claro que el vencedor es el último… después de todo, hoy nos llamamos judíos. Iosef, el hijo preferido, no será el que continúe la dinastía real y la nuestra hasta nuestros días. Justamente Iehudá, el héroe trágico, es nuestro antepasado.
A aquéllos que les interese profundizar más y lean Meguilat Rut, notarán que también el rey David desciende de la misma dinastía de Péretz y Zéraj, y también él, al igual que Iehudá, comete con Bat Sheva el pecado de adulterio y para peor, también manda asesinar a Uriá el jití (esposo de Bat Sheva) y todos nosotros somos continuación y herencia de ellos.
¿Por qué será entonces, que los compiladores del relato bíblico nos trasmiten este tipo de relatos? ¿Por qué no nos cuentan cuentos maravillosos de antepasados sabios, perfectos, puros, correctos y honestos – modelos a seguir? ¿Qué nos quieren enseñar con historias como éstas?.
Creo que la clave está en el versículo 38:26, cuando Iehudá dice: «Eres más justa que yo…», en su capacidad de reconocer el error, ya que fácilmente podría haber arrojado a Tamar a la hoguera y ocultar el propio pecado. Iehudá decide corregir su error y como él, posteriormente, el Rey David cuando se le allega el profeta Natán y le reprocha su pecado diciéndole: «Robaste el cordero de un hombre pobre» (refiriéndose a que siendo rey y poderoso, le quitó a Uriá el jití la única mujer que tenía – a Bat Sheva). David no lo oculta su falta ni tampoco busca justificaciones, sino que le contesta a Natan: «Cometí un pecado ante Dios» (Shmuel II ,12:13).
La capacidad de reconocer y aceptar nuestros pecados es, por lo visto, un valor sobre el cual es digno educar. Ellos son dignos de ser nuestros antepasados, pesonas de carne y hueso, que fallan y que se rinden ante los placeres carnales, pero que saben corregir sus errores en el momento indicado.
Entonces, ¿ por qué fue elegido Iehudá y no Iosef el justo, para ser el continuador de la dinastía elegida?
El rabino Mordejái Iosef Lainer, escribió en su libro sobre esta parashá: …»Iosef el justo, siempre se estaba quejando: ¿Por qué todas las acciones que hace de mi hermano Iehudá, Dios las hace exitosas y conmigo Dios es exigente hasta el mínimo detalle? Y continúa : «Porque lo que Dios le dio a la tribu de Efraim como consigna de vida fue el atenerse siempre a la ley y a la halajá, sin moverse un centímetro de lo escrito en ellas…y el principio de vida de la tribu de Iehudá fue mirar siempre a Dios.
¿Qué nos queda como lección de esta parashá? Que hay dos tipos de personas. Una encarna al «justo», alguien ejemplar que actúa siempre de acuerdo a las normas, «a lo que se debe hacer». ¿Es posible educar de acuerdo a este modelo? Y el segundo es un modelo activo, con vitalidad, que puede elevarse pero también caer…humano. Es el modelo humano elegido: el que ama la vida, que cae y falla, pero que sabe corregir cuando es necesario… éste, en definitiva, termina siendo nuestro «padre mitológico».

 

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