Rabino Mani Gal (Imanuel ben Iosef)

Esta parashá comienza con el envío de doce espías a la tierra de Canaán por mandato divino, para explorar el territorio, conocer sus cualidades y tener una impresión de sus habitantes. ¿Es que el Ser Supremo precisaba de espías humanos para conocer las cualidades de este territorio después de haber decidido que el pueblo de Israel debía retornar a él y conquistarlo? ¿Es también Dios sensible al «qué dirán»? Éstas y otras preguntas surgen del texto. El rabino Mani Gal analiza algunas de ellas, centrándose en el carácter de los dos personajes centrales de este libro: Dios y Moshé, y la dinámica que evolucionó entre ellos.

Cap. 13:1 El Eterno le dijo a Moshé: (2) «Envía a hombres para que exploren la tierra de Canaán que di a los hijos de Israel. Un hombre de cada clan paterno, al jefe de cada tribu.» […] (17) Moshé envió a los exploradores para reconocer la tierra de Canaán diciéndoles: «Id por el sur (el Néguev) y subid a la montaña. (18) Ved cómo es la tierra y cómo son los que la habitan, si son fuertes o débiles, pocos o muchos. (19) Evaluad la tierra, si es buena o mala, y si las ciudades donde viven son abiertas o amuralladas».
El pueblo de Israel está por ingresar a la tierra prometida. Los jefes de las tribus son enviados para una operación de espionaje y reconocimiento. En realidad, al retornar no traen ningún dato nuevo: la tierra es buena y fértil, y asegura un sustento honorable a sus moradores. El territorio no está vacío y los pueblos que lo habitan son fuertes. Sólo falta un componente en esta imagen, sobre el que Moshé no solicitó información: ¿Cumplirá Dios su promesa y ayudará al pueblo de Israel en la conquista de esta tierra? Para los israelitas éste es un asunto de fe en su deidad. Durante los años que transcurrieron desde que Dios liberó a su pueblo de la esclavitud en Egipto, les descubrió su inmensa fuerza, el estrecho nexo que lo une al pueblo elegido, los milagros que realizó en su beneficio durante el camino por el desierto. Pero también les mostró su ira y su venganza contra ellos, su crueldad y su comportamiento caprichoso.
(27) Y relataron a Moshé «Fuimos a la tierra donde nos enviaste y realmente allí mana leche y miel. Éste es el fruto de ella. (28) Pero la gente que mora allí es poderosa. Sus ciudades son fortificadas y muy grandes. Además, hemos visto allí a los hijos de Anak. (29) Amalek vive en las tierras del sur, los jititas, jebusitas y emoritas en la montaña y los canaanitas junto al mar y en la ribera del Iardén». (30) Caleb hizo callar al pueblo [atemorizado] delante de Moshé y dijo: «Hemos de subir para heredar la tierra porque podemos hacerlo». (31) Pero quienes lo acompañaron arguyeron: «No podemos subir contra esta gente, porque es más fuerte que nosotros», (32) y dieron un informe desfavorable […] «La tierra que hemos ido a explorar devora a sus moradores, y toda la gente que allí vimos son de gran estatura. […] Ante ellos parecíamos langostas a nuestros ojos y también a los suyos».
Se puede comprender que la mayoría de los jefes tribales no creen en el contrato que concertaron con Dios, y sólo dos confían en él. Este es un mal comienzo para el desafío militar que les espera en el futuro cercano.
Es de destacar el desconocimiento total de Dios y de su pueblo de los derechos de los pueblo de habitar este territorio y retenerlo. Es un tema moral importante que los textos bíblico ignoran.
Esta realidad aquí descripta ¿se asemeja a la del pueblo judío en los comienzos del sionismo práctico? ¡Definitivamente no! Sobre el profundo vínculo a la Tierra de Israel y el debate entre los que la priorizaban frente a la opción de formar un estado judío en Uganda, se mantuvo una dura disputa que fue decidida democráticamente en los Congresos Sionistas. Sin embargo, la descripción del territorio fue mucho menos simpatizante que la bíblica. Aun cuando los primeros sionistas describieron el territorio con palabras menos punzantes de las que utilizó el escritor Mark Twain (en su libro basado en su viaje por estas tierras: The Innocents Abroad, or The New Pilgrims’ Progress, publicado en 1869), no estaban muy lejos de ellas. Efectivamente, la tierra no estaba desarrollada. La situación incluía pantanos y caminos difíciles de transitar, un gobierno corrupto y la carencia de recursos económicos para comenzar su desarrollo. Las hermosas palabras que la describían como la tierra de la leche y la miel se desvanecían frente a la realidad de una tierra seca y sedienta, sufriendo por la malaria y la decadencia.
Respecto a la mano dirigente de Dios desde arriba – la mayoría de los sionistas no esperaban ningún apoyo suyo ni tampoco creían en su existencia como ente que manejaba su destino desde las alturas.
Lo que ocurrió de hecho, y probablemente no había alternativa, fue un período de varias décadas de asentamientos progresivos y no de una conquista. La guerra explotó medio siglo después de las primeras olas de inmigración – las aliot. Es muy probable que tengan razón los historiadores y arqueólogos que consideran que también la conquista de los territorios en la época de Iehoshúa (Josué) fue, de hecho, una etapa de asentamientos tranquila y más extensa, y que las grandes guerras se registraron más tarde, de un modo muy parecido a la historia sionista moderna.
Continuemos con nuestra parashá:
Capítulo 14:11 Y dijo el Eterno a Moshé: «¿Hasta cuándo este pueblo me seguirá provocando? ¿Hasta cuándo no creerá en mí a pesar de todas las señales que le mostré? (12) Los castigaré con gran mortandad y haré de ti un pueblo más grande y poderoso que ellos». (13) Y Moshé respondió: «Lo sabrán los egipcios de quienes libraste a este pueblo, (14) y también la gente de esta tierra. Todos saben que Tú, el Eterno, te apareces a tu pueblo cara a cara, tu nube se posa sobre ellos y con una tu columna de humo los conduces de día y con una columna de fuego por la noche. (15) Si matas a tu pueblo como a un solo hombre, dirán los demás pueblos que escucharon tu fama: (16) «Al no poder llevarlo a la tierra prometida mató el Eterno a su pueblo en el desierto». […]  (19) Perdona la transgresión de este pueblo con tu gran misericordia, así como lo perdonaste desde Egipto hasta aquí». (20) Y dijo el Eterno: «Los perdono como pediste. (21) pero prometo por mi vida y por mi gloria que cubre toda la tierra, (22) todos los que han visto mi gloria y los prodigios que les he mostrado en Egipto y en el desierto, y me pusieron a prueba diez veces, desoyéndome, (23) no verán la tierra que juré dar a sus padres.»
El diálogo entre Dios y Moshé descubre una trama de relaciones especial, asimétrica, entre Dios, el pueblo y su líder. En esta historia, vemos que Moshé envía, por orden divina, espías en misión de reconocimiento de la tierra a la que Dios planea introducir a las tribus de Israel. Como en muchos cuentos, vuelven con buenas noticias y con malas noticias. Las buenas hablan de las bondades de la tierra. Las malas se refieren a los pueblos que la habitan, de apariencia fuerte y amenazadora. El pueblo está en shock y alarmado, se rebela contra el plan divino y nuevamente plantea la opción alternativa de Egipto.
Dios comparte en un diálogo íntimo su ofensa por la falta de fe en él por parte del pueblo y de su capacidad de introducirlos exitosamente a la tierra prometida. Dios confiesa que está harto de los eternos protestones que lo desacreditan, y que piensa exterminarlos con una peste, y convertir a Moshé en un pueblo numeroso que cambiará al pueblo desobediente.
Dejemos por un momento de lado la pregunta cómo piensa Dios convertir a Moshé en un pueblo numeroso en un lapso de tiempo razonable, históricamente, después de que todo su pueblo sea exterminado. Lo realmente sorprendente en este fragmento es que Dios, al igual que muchos de los gobernantes que conocemos de la historia lejana como de la cercana, piensa que, si su programa político enfrenta oposición, se puede y se debe cambiar al pueblo. No menos sorprendente es que Dios supone que Moshé comparte con él los sentimientos de ofensa, desprecio, frustración y enojo, y que puede ser su aliado en la alternativa aquí propuesta – una peste, un genocidio y creación de un nuevo pueblo.
Moshé, que no acepta la propuesta, se dirige a Dios con gran seguridad en sí mismo, otra cualidad ejemplar de Moshé, y manipula a Dios a una posición de retirada de su infeliz idea. Moshé apela a una debilidad humana conocida, que resulta que también Dios sufre de la misma: la sensibilidad por el «qué dirán». ¿Qué van a decir de ti los pueblos cuando sepan que comenzaste con un proyecto esplendoroso del éxodo de Egipto que estuvo acompañado de rayos y truenos y demás efectos pirotécnicos impresionantes, y ahora, que estás tan cerca de completar la campaña, resulta que no eres capaz de conducir a tus protegidos en la campaña de conquista de la tierra prometida, te agarró «la bronca» y liquidas al pueblo y con él a todo el proyecto? Moshé convence a Dios que su fuerza es grande, y que es capaz de perdonar al pueblo por su incredulidad, y completar exitosamente la campaña de colonización. Moshé también adula a Dios y le atribuye toda cualidad posible de grandeza – el don del perdón y al mismo tiempo su lado opuesto, la posibilidad de cerrar cuentas y vengarse.
Moshé, el líder, demuestra una vez más fidelidad a su pueblo. Dios desciende del árbol al que se subió al llegar a una concertación parcial, y decide que ninguno de los que no creyeron en su visión en el momento crítico, no llegará a establecerse en la tierra prometida. Sólo sus hijos llegarán a hacerlo.
¿Cuál es el rol del pueblo para lograr el éxito de un plan político, que conducen sus líderes? La moraleja de esta historia depende del modo en que la leemos. Sin duda podemos decir que un pueblo que no cree en la visión que le plantean sus dirigentes – no tendrá las fuerzas necesarias en los momentos críticos que determinarán su futuro. Esta afirmación es valedera también para la idea sionista.

 

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