Rabino Mani Gal (Imanuel ben Iosef)

(32:17) […] y entregó en manos de sus siervos cada rebaño por separado y les dijo: «Pasad delante de mí y dejad un buen espacio entre cada rebaño». (18) Y le ordenó al primero: «Cuando mi hermano Esav te encuentre y te pregunte: ‘¿De quién eres? ¿Adónde vas? ¿Y para quién es esto que está delante de ti?’ (19) Le responderás: ‘De tu siervo Iaacov, es un presente enviado a mi señor Esav, y él también viene detrás de nosotros’.» (20) Mandó también al segundo, al tercero y a todos los que marchaban tras los rebaños para que dijeran a Esav lo mismo que el primero. (21) […] Porque Iaacov se dijo: «Aplacaré así su ira con el presente que va delante de mí y sólo después lo veré. Quizás entonces me acepte.» (22) Y pasó el presente delante suyo y pernoctó esa noche en el campamento. (23) Todavía de noche, se levantó y tomó a sus dos mujeres, a sus dos siervas y a sus once hijos y les hizo cruzar el vado del Iaboc. (24) Además de ellos, Iaacov hizo cruzar todas sus pertenencias. (25) Y Iaacov se quedó solo, y luchó un varón con él hasta el amanecer.

Iaacov retorna a Canaán y se detiene en la ribera del arroyo Iaboc, un paso antes de entrar a la tierra. Esta parada involuntaria, es un punto especial en el tiempo, un momento de reflexión y de retrospección sobre su vida. Es la ocasión para recordar quién era cuando cruzó el río Iardén al huir de su hermano Esav. Cruzó el Iardén con su bastón, es decir solitario y sin nada, fugitivo de la disputa familiar que finalizó con su victoria doble – la primogenitura y la bendición paterna, pero también con su triste derrota – la soledad y la desconexión de su familia.
En ese lugar y en ese momento Iaacov debe retornar de algún modo a la difícil situación en su pasado lejano, un momento antes de abandonar su tierra, dejar a su familia y marchar a lo desconocido. Para poder realizar su balance espiritual y enfrentar con integridad su vida desde entonces y hasta el presente, Iaacov debe estar nuevamente solo, aunque sea una noche. Toda su riqueza en mujeres, siervas, hijos, rebaños y demás bienes, son una turbulencia que le molesta en su posibilidad de lograr una transformación profunda en su espíritu ante la etapa adulta de su vida en la Tierra de Canaán. Así es como Iaacov envía todo lo que posee a la otra ribera del Iaboc y se queda solo – para poder realizar el balance tan difícil de su convulsionada vida hasta ese momento.

¿Qué tengo? Me fui de mi tierra empobrecido y retorno a ella acaudalado. Tengo mujeres e hijos, muchos bienes con los que podré abrir una empresa próspera en la Tierra de Canaán. Con este capital no tendré ningún problema en ser respetado en todo lugar donde decida establecerme.

¿Qué me falta? Raíces. La familia que abandoné con un gran escándalo seguramente me ignorará, y si esto ocurre, todo lo que tengo no me compensará.

Hay momentos en la vida que toda la riqueza material que acumulamos no puede brindarnos ni seguridad ni paz espiritual.
Este momento de incisiva reflección tendría que haber enfrentado a Iaacov con los errores y las injusticias que cometió en su vida. El texto bíblico no nos cuenta nada de esto. Sus intentos de conciliar a Esav no expresan sensibilidad a lo que probablemente siente su hermano mellizo. En realidad intenta sobornar a Esav con presentes, con expresiones de honra, intentando reducir al máximo los posibles daños en el caso de que Esav rechace la reconciliación.

El varón que lucha con Iaacov toda la noche y que le impide cruzar a la ribera opuesta es, en mi opinión, el mensajero de la expectativa que Iaacov se transforme, aprenda mirarse en el espejo y comprender qué está mal en él, antes de posar su pie sobre la Tierra Prometida.
Los capítulos siguientes nos enseñarán dos cosas. La primera es que Esav está totalmente en otro lugar, diferente al que los temores de Iaacov lo colocan. La segunda es que Iaacov, en realidad, no aprendió mucho de esa noche dramática en la ribera del Iaboc.

(33:1) Iaacov alzó la vista y vio que venía Esav con cuatrocientos hombres. Entonces repartió a los niños entre Lea y Rajel y las dos siervas. (2) Puso primero a las siervas y sus niños, a Lea y sus niños, y a Rajel y Iosef al final. (3) Él pasó delante de ellos y se inclinó a tierra siete veces mientras se acercaba a su hermano. (4) Esav corrió a su encuentro, lo abrazó, se echó sobre su cuello y lo besó mientras ambos lloraban. (5) Alzó la vista y vio a las mujeres y a los niños y preguntó: «¿Quiénes son éstos para ti?» Y Iaacov respondió: «Son los niños con que Dios ha bendecido a tu siervo». […] (8) Esav dijo: «¿Qué significa todo este campamento que se me ha presentado?» Y Iaacov respondió: «Para hallar la gracia en los ojos de mi señor.» (9) Y Esav dijo: «Yo ya tengo mucho, hermano mío. Guarda para ti lo que es tuyo.» (10) Iaacov insistió: «[…] Te ruego que aceptes el presente de mis manos ya que vi tu rostro como si hubiera visto el rostro de Dios y te complaciste. (11) Hazme el favor de aceptar esta ofrenda.» E insistió hasta que Esav aceptó. (12) Y Esav agregó: «Pongámonos en marcha e iré contigo.» […] (14) Que mi señor pase delante de su siervo y yo lo seguiré lentamente, conforme al paso del ganado y de los niños hasta que alcance a mi señor en Seir.» […] (16) Ese día retornó Esav a Seir. (17) Iaacov marchó a Sucot y construyó su casa e hizo cabañas [sucot] para el ganado, por lo que llamó al lugar Sucot.

Iaacov demostró la noche anterior, en el vado del Iaboc, que sin titubeo busca encontrarse con Esav. La lucha con el varón de Dios, que duró largas horas hasta el amanecer no lo motivaron a desistir de su plan. Maduró para realizar este encuentro, está dispuesto a sufrir las consecuencias de sus acciones en su juventud y pagar el precio de la reconciliación con Esav, si éste está dispuesto a perdonarlo.

También Esav anduvo un largo camino tras aquél amargo día, en el que Iaacov le robó la bendición paterna, y entonces dijo Mataré a mi hermano Iaacov. Lejos y separado de Iaacov, construyó Esav su propia vida. Este proceso de crecimiento de ambos hermanos demandó el alejamiento uno del otro. Al final de este camino los sentimientos de hermandad y la necesidad de cercanía dominan a los mellizos, y se reconcilian. Así se soluciona este duro drama familiar que demandó de ambos un precio tan caro.

¿Cómo ocurre entonces que de inmediato sale Esav de la escena y se traslada a la Tierra de Edom, tan lejana y extraña? ¿Cómo ocurre que no hay continuidad a este momento de reconciliación tan conmovedor? La lógica literaria demanda una historia diferente, en la que hay lugar a la hermandad entre pueblos vecinos, pero el narrador bíblico prefiere poner a un lado todo elemento nacional que pueda socavar el derecho dado por Dios al pueblo de Israel sobre la Tierra de Israel. Qué pena…

[/column]
Síguenos:               spotify