Rabino Dr. Efraim Zadoff
En esta parashá el relator bíblico nos narra una problemática que se repite constantemente en las descripciones en los libros de la Biblia de las relaciones entre el Eterno, el Supremo, y el pueblo de Israel. Este pueblo que eligió para imponerle en un comienzo la libertad de los opresores humanos (Egipto) y luego la sumisión a sus propios mandamientos.
En un comienzo Dios envió a Moshé para que sea su agente ante el pueblo de Israel y lo convenza de que debe preferir la libertad ante la servidumbre o la esclavitud en Egipto. Moshé tenía que servir de intermediario también en las comunicaciones con el Faraón y ayudar al Todopoderoso en sus manipulaciones para hacer sufrir a los egipcios y demostrar quién es el más fuerte en el barrio.
Tras lograr su objetivo, los redactores de la saga bíblica nos narran los intentos de Dios de imponer su voluntad sobre la grey israelita por medio de leyes y disposiciones diversas, y al no ser obedecido por todos, aplica duros castigos y al acrecentar su ira llega a amenazarlos con el exterminio.
En esta parashá se nos cuenta del suceso acaecido cuando Moshé sube al Monte Sinaí para recibir el documento fundamental del código legislativo que debería regular la forma de vida futura de los israelitas – los Diez Mandamientos. Este evento fundacional aleja por cuarenta días a Moshé de su pueblo, que está acostumbrado a que el líder esté constantemente presente para sentirse guiado en una realidad desconocida.
(32:1) Y como veía el pueblo que Moshé demoraba mucho en descender de la montaña, se acercó el pueblo a Aharón y le dijo: «haznos dioses que nos conduzcan, porque no sabemos qué fue de ese Moshé que nos hizo subir de la tierra de Egipto».
Al sentirse abandonado, el pueblo se dirige a Aharón, hermano de Moshé y le pide que les proporcione un sustituto al líder desaparecido.
(32:2) Y Aharón les dijo: «Quitad los arillos de oro que hay en las orejas de vuestras mujeres, vuestros hijos y vuestras hijas y traédmelos». (3) Toda la gente se quitó los aros de sus orejas y los entregaron a Aharón. Éste los tomó y fabricó con un cincel un becerro de fundición; y declararon: «Éstos son tus dioses, Israel, que te hicieron subir de la tierra de Egipto». (5) Al ver esto construyó Aharón un altar ante el becerro y anunció: «Mañana será fiesta solemne para el Eterno». (6) Al día siguiente madrugó el pueblo y realizó sacrificios y luego se sentaron a comer y beber y a divertirse.
Éste es un intento de Aharón de encontrar un sustituto a su hermano, que de su retorno parece que también él había desesperado. El pueblo, por su parte, respondió favorablemente a su llamado entregando voluntariamente las pocas riquezas que podría tener – sus adornos de oro.
Esta actitud encoleriza a Dios quien echa en cara a Moshé que su pueblo ha pecado, y le comunica que, dado que es testarudo, lo exterminará, y hará un nuevo pueblo con los descendientes del propio Moshé. Éste no acepta la propuesta y desarrolla una estrategia de defensa del pueblo tratando de tocar el amor propio del Todopoderoso: «… (12) ¿Por qué han de decir los egipcios: Los sacó con mala intención, para matarlos en las montañas y extirparlos de la faz de la tierra?…»
Y luego le recuerda sus promesas a los patriarcas ancestrales, Avraham, Itzjak y Iaakov, de multiplicar su simiente. Esta vez Moshé demuestra que su razonamiento tiene éxito, y al igual que en otros casos similares, tampoco ahora el pueblo de Israel es exterminado.
A mí parecer, esta narración nos plantea, como en muchos otros pasajes similares en la Biblia, el debate entre el deseo de imponer al pueblo una actitud uniforme respecto al culto y al modo de vivir la cultura nacional, y el deseo en diversos sectores del pueblo de una interpretación pluralista de las tradiciones. Entre las diferentes interpretaciones del episodio del becerro de oro, muchas de las cuales ven en el mismo un caso de desobediencia o apostasía de las tradiciones, se puede también ver que tenemos delante nuestro una reinterpretación de la fuerza conductora del pueblo, sin negar la tradición original representada en la salida de Egipto con la conducción de una fuerza trascendental y superior.
En nuestros términos se puede interpretar esta situación afirmando que es posible mantener fundamentos de la cultura tradicional judía, resignificándolos de acuerdo a nuestras concepciones y necesidades.
Quiero finalizar citando en este contexto, un fragmento del escritor, educador, publicista e ideólogo Iosef Jáim Brener (1881-1921), que vivió en Éretz Israel los últimos 13 años de su vida:
«Somos judíos en la vida concreta, en nuestro corazón y nuestros sentimientos, sin todas las definiciones racionalistas, sin verdades absolutas y sin compromisos escritos. Todo lo que nos es caro en el presente, todo lo que es valioso para nosotros, todo lo que se desprende de nuestra esencia libre – sin dominaciones ni imposiciones – éste es nuestro judaísmo».
Nos deseo que tengamos un shabat en el que avancemos en el mutuo respeto en las diferencias en la interpretación de nuestra tradición, sin pretender la uniformidad y así acercarnos a la unidad.
Shabat shalom.